Por León Nicanoff (desde Venezuela)
A pesar de que el gobierno bolivariano ha utilizado en diversas ocasiones mecanismos legales, técnicos y recursos del Estado en beneficio propio a la hora de disputar elecciones, hay algo que caracteriza a la oposición en Venezuela en estos últimos 20 años: su tendencia al canibalismo.
Desde 1998 se llevaron a cabo 21 comicios, de los cuales el chavismo perdió sólo dos y ganó en 19 oportunidades, que jamás fueron reconocidas por un gran sector de la oposición (tampoco en los momentos de auge económico y mayor apoyo popular del oficialismo que, por otro lado, ha admitido sus dos derrotas en 2007 y 2015, al denunciar una y otra vez fraude o irregularidades. Este es ha sido el argumento principal para promover un golpe de Estado o una intervención militar en su país.
Pero, si Venezuela hace cinco años atraviesa una de las mayores crisis económicas de su historia, ¿por qué la oposición sigue llorando sobre leche derramada? ¿cómo explicar las victorias del chavismo sin reducirlo a la falta de institucionalidad? ¿qué ha hecho la oposición para no ganar elecciones que le permitan llegar al poder mediante la vía democrática?
Tras la victoria de Chávez en 1998, se disolvió el Pacto de Puntofijo -acuerdo de gobernabilidad donde, por 40 años, dos partidos políticos se sucedieron los mandatos-. A partir de ahí, no se logró una estrategia efectiva para derrotar la hegemonía chavista, al mismo tiempo que abundaron los vaivenes políticos y las divisiones internas. Por ejemplo, en 2002 algunos partidos apoyaron el golpe de Estado perpetuado a Chávez que duró dos días y que dejó 19 muertos. Luego, con el precio del petróleo en alza, mejoras en la pobreza, el empleo y un proceso de inclusión social, los partidos Acción Democrática, Copei y Primero Justicia, llamativamente decidieron no participar de la contienda parlamentaria en 2005, dándole al chavismo de esta manera la totalidad de las bancas en el parlamento.
En 2006 Chávez fue reelecto presidente por casi 30 puntos de ventaja, pero en 2007 perdió el referéndum para reformar la constitución. Al año siguiente se fundó la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que nuclea la oposición más reaccionaria con la más moderada. De ahí surgió Henrique Capriles, quien compitó con Chávez en las presidenciales del 2012 y perdió, pero por 11 puntos.
El fuerte deterioro económico y social que hoy se conoce, había comenzado a dar sus primeros pasos con la caída del precio del petróleo, sanciones de los Estados Unidos y ciertos manejos de la política económica, cuando el 5 de marzo del 2013 muere Hugo Chávez, y Nicolás Maduro tiene que llamar a elecciones. En esta campaña, el candidato de la MUD aprovechó la ausencia del “Comandante” y por poco derrota a Maduro, quien ganó por un solo punto.
A esta altura, la oposición se comenzaba a imponer. Pese a las manifestaciones del 2014, promovidas por el ala más radicalizada de la derecha (Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma), que buscaron sacar del poder al reciente elegido Maduro -y que tuvo como saldo 43 muertos-, la oposición volvió a la vía democrática y pegó el batacazo en las legislativas del 2015, quedándose con la mayoría en el parlamento por primera vez desde 1999, y con la certeza de que más temprano que tarde el heredero de Chávez caería.
Sin embargo, durante el 2016 insistieron en convocar un referéndum revocatorio (herramienta que permite revocar al presidente después de que pase la mitad de su mandato), pero este recurso fue paralizado por el Consejo Nacional Electoral. En consecuencia, convocaron a las movilizaciones del 2017, que finalizaron con la muerte de 121 personas. La prolongación de estas marchas sin un liderazgo definido, y la presión de quienes querían manifestaciones pacíficas y quienes no, terminaron por desmembrar el capital político conseguido en 2015 por una oposición desacreditada que se comía a sí misma entre el ala moderada y el ala reaccionaria.
Junto con el agravamiento de la recesión económica, el oficialismo aumentó su rasgo autoritario y el grado de militarización (duplicó el número de efectivos y presupuesto en Defensa). Acá, el chavismo utilizó mecanismos políticos, legales -pero muy cuestionables- para desgastar a sus contrincantes: pospuso las elecciones regionales, y luego de enfrentar las movilizaciones (donde las guarimbas -que serían algo así como piqueteros en Argentina- tuvieron un alto repudio), llamó a los comicios y ganó en 18 de 23 gobernaciones en octubre de 2017.
Al mismo tiempo, comenzó un proceso de depuración de su gobierno con aquellos “disidentes” o “críticos” (la fiscal General Luisa Ortega o el ex presidente de Petróleos de Venezuela, Rafael Ramírez), e inhabilitación a opositores, como Henrique Capriles (por irregularidades de su gestión en Miranda), que junto a otros que se encontraban presos (Leopoldo López, por las manifestaciones del 2014), la oposición perdió competitividad.
Con todo esto, se llegó al 2018, donde se convocó a elecciones presidenciales (que suelen ser en diciembre) primero para abril y luego se fijaron para mayo. Esto descoloco a la Mesa de Unidad Democrática (MUD) que no supo cómo reinventarse y resolvió no presentarse en los comicios. Sin embargo, Henri Falcón (Avanzada Progresista) y Javier Bertucci (El Cambio), optaron por competir contra Maduro, recibiendo durante sus campañas el fuego amigo de la MUD (se centraron más en criticarlos a ellos que al propio Maduro) por legitimar las elecciones. Siendo la contienda con mayor abstención en la historia de los comicios presidenciales desde 1958, ganó Nicolás Maduro con casi el 68% (sacó más de 6 millones de votos y participaron más de 10 millones de personas). Como dice José Natanson en “Democraduras”, “el chavismo convoca a elecciones cuando cree que las puede ganar, y la oposición sólo las reconoce cuando gana”.
Con la recurrente excusa del fraude, el 23 de enero el casi desconocido Juan Guaidó se autoproclamó presidente interino, y comenzó el proceso que perdura hasta estos días. Como dicta la Constitución, debería haber llamado a elecciones en un plazo de 30 días, pero no lo hizo. Además, cada una de las estrategias utilizadas para desgastar al madurismo fracasaron, sin que el autoproclamado Guaidó haya podido, tampoco, aglutinar el arco opositor; y luego de 7 meses, quien se encuentra más fortalecido que antes, pese a la insostenible crisis humanitaria, es el gobierno bolivariano, que, junto a toda su maquinaria perfecta para ganar elecciones, da la sensación que sólo podría ser derrotado en manos de un candidato verdaderamente carismático y con auténtico liderazgo, como fue el Chávez del 98 que enterró el Pacto de Puntofijo.