Los Palmeras en La Adela: cumbia sobre el río Colorado

23 de enero de 2020
Los Palmeras en La Adela: cumbia sobre el río Colorado

Por Ángeles Alemandi

 

 

Busco a mi hermana, es un reflejo inconsciente, miro la primera línea junto al escenario como si fuera a brillar su rubio platinado y descubriera sus brazos arriba  y supiese que está ahí, esforzando la garganta al máximo para cantarse todo. Antes, yo solía estar más atrás, y este grupo de música tropical era lo mejor que nos podía pasar un viernes a la noche en nuestra ciudad: San Justo, Santa Fe.

Apenas oíamos vibrar el acordeón la cumbia sabrosita hacía que el cuerpo reaccionara como en un exorcismo: los pies se llenaban de hormigas, los tobillos ganaban una elasticidad desconocida, las piernas adquirían vida propia, se nos quebraban las caderas, los brazos se extendían para liberar los demonios y desde el vientre nos nacía una melodía que venía desde lejos. Ese rito era un modo de desvanecer que te encendía y de pronto una mano tomaba la tuya para iniciar una danza de entrega, de persecución, de insinuación, de mirarte a los ojos con ese otro y sentir en la sangre que sí, mejor olvídala.  Entre un tema y otro observaba a mi hermana como reina de la cumbiamba. Así es la vida, jacarandosa, cantábamos.

Ahora la busco y sé que no está: pasaron más de 20 años de aquel recuerdo de adolescentes en los bailes de nuestro pueblo y estamos a más de mil kilómetros de distancia, mi hermana sigue en Santa Fe, yo hace seis años vivo en La Pampa. Este sábado 18 de enero ella no está, pero están ellos tocando en la Fiesta de la Barda, en La Adela.





Y cuando suenan Los Palmeras siempre, pero siempre, me siento en casa.

Están en mi cabeza desde que tengo memoria: me veo preparada con el casete esperando apretar REC cuando sonaban en la radio, las quinceañeras ingresábamos a los salones decorados con globos perlados con las 15 primaveras cantadas por Cacho y el aeea del Soy sabalero casi arma un escándalo en el casamiento de mi prima dos décadas atrás porque se ofendieron los hinchas de Unión. Los Palmeras sonaban en las previas de cada salida, en el repertorio del acordeón de mi tío Ricardo, en los asados a la orilla del río Salado. En el 99 seguro me enamoré con Dónde está tu corazón como cortina musical de fondo, pertenecía al disco número 29 que editaban.

Sus canciones eran –son– nuestra poesía siempre descalificada, cosa de negros, música que no es música, es más: cuando surgieron como banda hace 48 años las emisoras ni siquiera pasaban sus temas, eran una grasada. Qué importa, qué importa…

Con Cristian, desde que dejamos Santa Fe, los escuchamos cada vez más. Y a nuestro hijo, que tiene partida de nacimiento registrada en Buenos Aires y DNI pampeano, lo criamos como hijo de santafesinos. A Vicente por momentos le sale el tonito cantado del litoral, le dice masita a las galletitas, sabe que los carlitos son los tostados y peca de anteponerle artículos a los nombres propios. Tiene 7 años y sí: es fan de Los Palmeras.  Me acuerdo de cambiarle los pañales y tararearle como canción de cuna te quiero, te quiero, quiero, te quiero más que a mi vida. Cada vez que viajamos a visitar a la familia, mi hermana le educa el oído cumbiero y acá, en especial los domingos que duele tanto el desarraigo, la Chola, el bombón bien latino, ese amor sutil, narcótico suave y fragante, la reina Marta, una asesina, el loquito por ti, y la cumbia que se baila suavecita, vienen a abrazarnos. Me pregunto cuántas reproducciones del recital que dieron en el obelisco con la Filarmónica de Santa Fe en 2017 y que ya fue visto más de un millón ochocientas mil veces en Youtube, tienen nuestro IP.

El sábado 18 de enero a la siesta, en el patio a la sombra del olmo, hicimos un cartel para llevar a la segunda Fiesta Provincial de la Barda, lo pintamos con témpera. Lo firmó “Vicente, de Santa Fe”. Después viajamos dos horas a esta ciudad de la comarca del Colorado, que limita con Río Negro, bien al sur de La Pampa. Ingresamos temprano, nos ubicamos lo más adelante que pudimos, se decía que el público desbordaría el predio. A medianoche ya se calculaban más de 10 mil personas.

Quince minutos antes de las 2 de la mañana, atrás del escenario, Los Palmeras dieron una conferencia de prensa. De los seis integrantes, Marcos Camino (68 años) y Rubén Cacho Deicas (66), alguna vez empleados metalúrgicos, son nuestras bestias de la cumbia santafesina. Marcos integra el grupo desde el comienzo, en 1972, es el señor que lleva de caja torácica el acordeón, el responsable de los preludios de cada tema, sus arreglos musicales son un embrujo.

Cacho se sumó al grupo en 1978, es el de la voz rasposa, al que siempre vi allá arriba, sobre un escenario, pero ahora que me pasa por al lado descubro que esa deidad no mide más de 1.65; ingresa a la carpa con un cigarrillo en la mano, los rulos despatarrados. Cuando comienza la ronda les pregunto si tienen idea de lo que significan para los santafesinos, si dimensionan cuánto definen nuestra identidad, o si acaso de pronto lo entendieron el año pasado en Paraguay, cuando tocaron en la final de Conmebol y los hinchas de Colón lloraron de emoción, y los argentinos nos estremecimos y  los 128 países que estaban conectados a esa transmisión se detuvieron al oír aquella cumbia. Cacho dice que en ese momento hasta le resultó difícil cantar sin quebrarse. Marcos habla de cómo esos 4 minutos le dieron un salto abismal a la carrera, que incluso ahora suenan en sitios impensables como Tailandia, Israel, Italia. Al cierre, hago lo de nunca: le pido una foto a Cacho, lo abrazo, le digo que hace 20 años no los escucho en vivo, que me hace feliz tenerlos en La Pampa.

-Ahora te vas a bailar una cumbia- me dice.

Bailar una cumbia. Quizá la única receta que siempre nos mejora un poco la vida.

Regreso con los míos. Se electrifica el aire con los acordes de la primera canción, y mis pies ya saben que hay que dar un paso para aquí, qui, un paso para allá, llá. Ahí es cuando busco entre la multitud como queriendo ver a mi hermana, ahí es cuando los espíritus sanadores de esta música me toman el cuerpo, ahí es cuando me doy cuenta de que mi hijo canta con nosotros todas las canciones, que es su bautismo. Vicente está en los hombros de Cristian, despliega el cartel: “SEAN ETERNOS LOS PALMERAS”. Amén.