por Norberto Asquini
El sacerdote Cayetano Castello, que dejó su huella en la década de 1970 en La Pampa, murió este sábado víctima del coronavirus en Bahía Blanca, a los 79 años de edad. Fue un religioso renovador, graduado de la UNLPam, que terminó perseguido por la Subzona 14 durante dictadura militar y hasta recibió amenazas de muerte, lo que lo hizo alejarse de la provincia en 1979.
Castello fue entrevistado en su momento por el autor de esta nota sobre la Iglesia católica en los años 1960 y 1970. “A principios de 1971 -recordó en ese momento- llegué a la Argentina desde Roma después de hacer mis estudios. Mi primer trabajo pastoral fue en el colegio Domingo Savio, de Santa Rosa, donde estaba a cargo de la pastoral del secundario. Luego de un año y me puse en contacto con la juventud universitaria, del profesorado de Humanas”.
El religioso había cursado Teología en Italia entre 1967 y 1970. También se había formado a través de lecturas personales de autores renovadores. Su concepto de Iglesia, afirmó, era de “una comunidad de creyentes y convivencial, no piramidal”.
Estudiaba el profesorado de Literatura en la Facultad de Humanas, daba clases en el colegio secundario de la congregación y dirigía grupos juveniles como el Mallín. Proponía el ecumenismo, la contención social, y programaba misiones y grupos de reflexión de vida, dentro y fuera de los colegios católicos.
En la UNLPam
Por sus contactos con algunos militantes renovadores, como Ana Gispert Sauch, se acercó a la Universidad. “Me pareció interesante estudiar en una casa de estudios laica y aumentar así mi experiencia pastoral. Fue la chispa que se encendió en mí para ingresar a la Universidad. Quise estudiar en una facultad no eclesiástica porque quería conocer y participar de la vida activa de los jóvenes universitarios. Empecé Literatura, ya que daba clases de esa materia. Me puse en contacto con mucha gente del ámbito universitario, participaba en las asambleas y tenía cada tanto alguna intervención”, dijo.
Por ser mayor entre las y los estudiantes, y con una formación académica previa, tuvo ascendiente en parte de sus compañeras y compañeros. Fue en una época de gran efervescencia militante, no sólo por la politización y movilización que se daba aceleradamente en un país que salía de la dictadura y se abría el tiempo de la democracia, sino también por lo cambios al interior de la Universidad pampeana.
Para entonces, Castello era parte del Centro de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Humanas. “Estuve en el Centro de Estudiantes (de Humanas) en la secretaría administrativa hasta que cumplí el mandato y luego fui secretario general del Centro (entrado 1973). Tuvimos varias actuaciones y participación sobre todo en una coyuntura política muy importante cuando ya se iba Lanusse y estaba la lucha por la vuelta de Perón. Las elecciones las ganó el peronismo y utilizamos el momento político para llevar adelante la toma de la Universidad. Fueron bastante pacíficas, y finalmente lo logramos”, dijo.
Participó en abril de la movilización por la nacionalización de la Universidad, que se logró finalmente el 12 de abril. Durante 1973 se sucedieron las tomas y reclamos de las y los estudiantes para hacer efectivo el traspaso y el cogobierno de la casa de estudios.
Castello fue parte de esa movilización y voz escuchada por su experiencia en las asambleas estudiantiles. En ese proceso, en la Facultad de Ciencias Humanas el 20 de agosto se presentó para conducir el Centro de Estudiantes una sola lista denominada “Universidad para todos” que lo tuvo como secretario general, acompañado por Tori González como administrativo, Marita Otálora en prensa, Marta Alcala en Cultura, Enrique López en finanzas y Juan Carlos Roveda en deportes.
“Iba a todas las asambleas, opinaba desde mi simple punto de vista y la cosa se dio naturalmente. Me presenté como independiente en alianza con los peronistas y TUPAC –agrupación estudiantil de tendencia maoísta–. Pero siempre mantuve la mitad de los miembros independientes en el centro de estudiantes. Hicimos una gestión digna y conseguimos la nacionalización de la Universidad de La Pampa”, sostuvo.
Pastoral renovadora
Además de su paso por la Universidad, otra de las tareas por las que se recuerda a Castello fue la pastoral juvenil, vinculada a los colegios católicos de la ciudad. Los salesianos tenían una línea pastoral juvenil, que era el Movimiento Mallinista, fundado en Mendoza en 1967 por el cura Aldo Pérez.
Así se promovió, como ocurrió con otros grupos de la juventud católica renovadora en esos momentos en todo el país, el contacto entre muchachos y muchachas de clases medias urbanas y los habitantes de lugares marginados. En La Pampa, el grupo de mallinistas de Santa Rosa viajó a Santa Isabel, donde compartió jornadas de trabajo, convivencia y reflexión con sus pobladores y realizó tareas de alfabetización, catequesis y construcción de viviendas.
“El Mallín nace para activar la vida de fe y el compromiso social de los alumnos del colegio: fundamentalmente se trabajaba en la formación humana y cristiana de los jóvenes. Desde el punto de vista social, lo más importante fueron las misiones rurales en Santa Isabel donde construíamos casas precarias para gente muy humilde, visitábamos las casas, administrábamos sacramentos. Intentaba ser una escuela de formación y servicio social al mismo tiempo”, dijo Castello.
“En mi caso -recordó- fueron también relevantes los ciclos de cine-debate que se realizaron en el salón Don Bosco en 1972. Relevantes porque el salón desbordaba con cerca de 800 espectadores, por la calidad de las películas, la dirección de profesores de Buenos Aires y el rico debate que se producía, fue un acontecimiento notable en ese año y que no pudo seguir por causas internas de la misma institución salesiana, pero que prometía mucho”.
Cercado por la Subzona 14
A medida que avanzaban los años 70 y comenzaba la represión ilegal, el trabajo de Castello se fue reduciendo por el contexto. Frente a la avanzada conservadora sobre el clero pampeano quedó en la mira el salesiano Castello. “Había desde el obispado mucha desconfianza. (El obispo Adolfo) Arana tenía muchos contactos militares y desconfiaba de todo el movimiento juvenil. Y me puso bajo la mira”, dijo al ser entrevistado.
“Arana me llamó y le pregunté si seguía trabajando con los jóvenes y me dijo ‘No, no, no…’. Y mi autoridad interna dentro de la Iglesia es mi obispo, así que no se continuó. Me fue desplazando. Personalmente tuve controles de lugares y celebraciones… claramente fue hostil a toda actividad que no estuviera bajo su control. Personalmente me sacó las dos misas que yo celebraba en la catedral: a las 9 y a las 19 de los domingos”.
“Trató de sacarme de La Pampa, pero el superior provincial de los salesianos, Pedro Pozzi, luego obispo del Alto Valle, me defendió. Los directivos me dijeron que me quedara. Me quedé en La Pampa y fue una jugada con mucho coraje, porque eran los peores tiempos. Arana quería impedir que me recibiera en La Pampa y el superior de la orden me apoyó y se jugó”, dijo.
Cuando Pozzi supo que Castello no podía volver a La Pampa –estaba en Italia visitando a su madre–, viajó para hablar directamente con el coronel y jefe de la Subzona 14, Fabio Iriart, que finalmente recibió a regañadientes al salesiano, de quien recibió las respuestas que necesitaba.
Castello resaltó que fue a ver a Iriart “y lo convencí que no era un peligro. Fue por octubre o noviembre de 1976. Me recibió y estuve tres horas hablando, para él no podía yo estar en La Pampa. Me cuestionó el uso de la Biblia Latinoamericana, haber firmado una carta que pedía aclaraciones sobre el triste acontecimiento del Trelew y además por cosas que decía la gente que yo predicaba. Permanecí en la provincia hasta que me recibí y me nombraron director en la casa salesiana de Ensenada en 1979”.
Amenazado de muerte
Castello se quedó en Santa Rosa dos años más controlado y “permanentemente importunado”, diría. El salesiano había continuado su carrera de Letras en la Universidad pampeana, aunque se fue extendiendo, recién en 1978 se pudo recibir. “La cuestión era que me faltaban las prácticas, y no me dejaban hacerlas por mi perfil. Finalmente las pude hacer por la intervención de un superior”, dijo.
También recordó que “en 1977 recibí una amenaza de muerte –amenaza que recibió también la hermana Rosita Gallardo de las Hijas de María Auxiliadora–, pero decidimos con Pozzi que lo mejor era quedarme en Santa Rosa y ‘hacer buena letra’. Parece que fue buena opción porque ahora puedo contarlo. Entiendo que pertenecer a la congregación salesiana y tener el aval del superior provincial tuvo mucho que ver con mi suerte”.
A principios de 1979, Castello ingresó a la casa salesiana de Ensenada, en Buenos Aires, y no volvió más a La Pampa. “Por un tiempo me siguieron, incluso cuando me trasladaron a Ensenada, pero después me dejaron tranquilo”, resaltó.