El arzobispo anglicano Desmond Tutu, un símbolo de la lucha contra el apartheid en Sudáfrica, galardonado con el Premio Nobel de la Paz, murió este domingo a los 90 años, anunció el presidente Cyril Ramaphosa.
«El fallecimiento del arzobispo emérito Desmond Tutu es otro capítulo de duelo para nuestra nación que despide a una generación de sudafricanos excepcionales que nos legaron un país liberado», afirmó el mandatario en un comunicado.
Ramaphosa expresó «en nombre de todos los sudafricanos» su «profunda tristeza tras la muerte» de esta figura esencial de la historia sudafricana.
«Un hombre de extraordinaria inteligencia, integridad e invencibilidad contra las fuerzas del apartheid, también era tierno y vulnerable en su compasión por aquellos que habían sufrido la opresión, la injusticia y la violencia bajo el apartheid, y por los oprimidos y los opresores de todo el mundo», recordó Ramaphosa.
Tras la llegada de la democracia en 1994, y la elección de su amigo Nelson Mandela como presidente, Desmond Tutu, que dio a Sudáfrica el apelativo de «Nación del Arcoíris», presidió la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR), creada con la esperanza de que pasara la página del odio racial.
El «Arch», diminutivo de arzobispo en inglés, estaba debilitado desde hace varios meses y ya no hablaba en público, pero nunca olvidaba saludar a las cámaras presentes en sus apariciones, recordó la agencia de noticias AFP.
Con su imborrable sonrisa o con una mirada pícara detrás de la mascarilla seguía cautivando las miradas, ya fuera cuando acudió a vacunarse contra el coronavirus o cuando asistió a una ceremonia religiosa para celebrar sus 90 años.
Tras su muerte, la Fundación Mandela calificó su partida como una «pérdida inconmensurable».
«Para tantas personas en Sudáfrica y en el mundo entero, su vida fue una bendición», afirmó la fundación que lo calificó como un pensador, un líder y un pastor.
Desmond Tutu adquirió su notoriedad en las horas más oscuras del apartheid cuando, como líder religioso, encabezó marchas pacíficas contra la segregación y para abogar por sanciones contra el régimen de supremacía blanca de Pretoria.
A diferencia de otros militantes de su época, sus hábitos lo salvaron de ser encarcelado y su lucha pacífica fue reconocida con el Premio Nobel de la Paz en 1984.
Fiel a sus compromisos, fue un duro crítico de los sucesivos gobiernos del Congreso Nacional Africano (ANC) que combatieron el apartheid, y fustigó al expresidente Thabo Mbeki, pero también señaló la corrupción o las fallas en la lucha contra el sida.
En todos los ámbitos criticó el ‘status quo’ en temas como la raza, los derechos de los homosexuales o incluso dio su apoyo al movimiento en favor de la muerte asistida.