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La historia del fusilado pampeano a 50 años de la Masacre de Trelew

22 de agosto de 2022
La historia del fusilado pampeano a 50 años de la Masacre de Trelew

Hace 50 años, 25 presos políticos alojados en el penal de Rawson (Chubut) lograron fugarse y refugiarse en el cercano aeropuerto de Trelew. Algunos pudieron volar hacia Chile en un avión de Austral, mientras que otros quedaron en tierra. Luego de negociar, depusieron sus armas y fueron llevados a una base naval. Allí, 16 de ellos fueron cobardemente fusilados. Entre ellos estaba Eduardo Adolfo Capello, nacido en Jacinto Arauz y que residía en Buenos Aires.

El Gobierno explicó que se había tratado de un intento de fuga. Pero los tres sobrevivieron de la masacre se encargaron de contar el horror que presenciaron el 22 de agosto de 1972 para mantener viva la historia que cumple 50 años.





Estelares




Los fallecidos fueron Alejandro Ulla, Alfredo Kohon, Ana María Villareal de Santucho, Carlos Alberto del Rey, Carlos Astudillo, Clarisa Lea Place, Eduardo Capello, Humberto Suárez, Humberto Toschi, José Ricardo Mena, María Angélica Sabelli, Mariano Pujadas, Mario Emilio Delfino, Miguel Ángel Polti, Pedro Bonet y Susana Lesgart, en tanto que los heridos que lograron sobrevivir fueron Alberto Miguel Camps (desaparecido luego en 1977), María Antonieta Berger (desaparecida en 1979) y Ricardo René Haidar (desaparecido en 1982).

Eduardo Adolfo Capello nació en Jacinto Arauz. Fue militante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) e integró el grupo de presas y presos políticos que planeó y concretó la fuga del penal de Rawson durante la dictadura del General Agustín Lanusse, el 15 de agosto de 1972. Fue trasladado junto a otros militantes a la Base Aeronaval de Trelew y fusilado junto a sus compañeros y compañeras.

Se había instalado en la ciudad de Buenos Aires. Cursaba en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y se desempeñaba como empleado bancario en el Nuevo Banco Italiano.





Se inició políticamente en la juventud socialista. Pero la represión que se desató sobre el movimiento estudiantil a partir de 1966, bajo la dictadura del general Juan Carlos Onganía, favoreció su radicalización política hacia el trotskismo. Desde su identidad política trotskista integró las primeras células del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) en la ciudad de Buenos Aires, primero en el frente estudiantil y luego asumiendo tareas militares.

En su Vº Congreso, realizado entre el 28 y el 30 de julio de 1970, el PRT-El Combatiente resuelve la formación del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), con el propósito de sumar a la organización al “proceso de guerra revolucionaria que ha comenzado” desde el Cordobazo, según su percepción de la rebelión de masas contra la dictadura. De modo de agudizar el enfrentamiento con la dictadura, el ERP se lanza a una intensa “propaganda armada”. Paralelamente a una creciente actividad militar (cuyo resultado es que sus principales cuadros sean detenidos), se inicia una serie de contactos con dirigentes obreros clasistas como Agustín Tosco y con agrupaciones del peronismo revolucionario, cuando el recambio del régimen con el Gral. Lanusse a la cabeza (1971-1973) obliga a considerar la perspectiva de un llamado a elecciones.

Preso Rubén Bonnet y siendo Luis Pujals el responsable político, Capello quedó como responsable militar de Capital cuando lo detuvieron el 16 de setiembre de 1971, al tratar de “expropiar” un coche. El 5 de abril de 1972 fue trasladado desde el penal de Villa Devoto al Penal de Rawson, provincia de Chubut, junto al jefe del partido Mario R. Santucho y a Alejandro Ulla, entre otros dirigentes.

La dictadura militar de Lanusse (1971-1973) se propuso así forzar un distanciamiento de los presos políticos del ámbito exterior a la cárcel, en el que se movían organizaciones de solidaridad de familiares y sus agrupaciones de procedencia.

Capello tenía 24 años cuando fue fusilado el 22 de agosto de 1972 en la Base naval Almirante Zar, en lo que se conoce como la Masacre de Trelew. Allí murieron a manos de la infantería de marina dieciséis militantes de las organizaciones armadas ERP, FAR y Montoneros que habían intentado fugar del Penal de Rawson y se habían rendido con el compromiso de que se respetara su integridad física una vez atrapados en el aeropuerto.

Durante la semana que precedió a su asesinato soportó torturas y vejaciones. “Nunca nos comunicó que se iba a fugar. Mi hijo fue el primero en ser fusilado. Hicimos abrir el cajón para saber si era él y en qué condiciones estaba. Tenía dos tiros en la cabeza”, recordó, en su momento, su madre Soledad Davi. También unos 15 tiros en la espalda.

Su cuerpo fue trasladado hasta la base aérea de El Palomar. Posteriormente a la Capital Federal, donde fue velado, al igual que el cuerpo de María Angélica Sabelli, en la sede justicialista de la avenida La Plata. Por el velorio pasaron muchos jóvenes y gente conmocionada con la masacre, mientras en la esquina se rezaba una oración a cargo de monseñor Jerónimo Podestá y de los curas Carlos Mugica y Alberto Carbone.

Fue enterrado a la fuerza por orden del jefe del I Cuerpo del Ejército, Tomás Sánchez de Bustamante, a pesar de los recursos de amparo presentados en tres juzgados para que previamente se realizaran pericias. Para forzar la salida de los féretros del velatorio y dispersar la manifestación, la Policía comandada por el comisario Alberto Villar reprimió a los asistentes al sepelio.

Su hermano mayor, Jorge Antonio Capello, se volcó desde entonces a la militancia política revolucionaria. Luego del golpe militar de marzo de 1976, Jorge, su esposa Irma Beatriz Márquez Sayago y el hijo mayor de ésta última, de 14 años, fueron detenidos el 12 de mayo de 1977, y continúan “desaparecidos”. Se los vio con vida por última vez en el centro clandestino de detención conocido como “El Vesubio”.

Su sobrino Eduardo Capello no llegó a conocerlo porque nació un par de años más tarde, en 1975, pero sus abuelos le contaron varias historias que demuestran que era “muy gracioso y sociable, fácil de llevar y que siempre estaba de buen humor”, incluso desde una edad muy temprana.

Eduardo era muy cercano a sus padres, que viajaban cada 15 días en el Citroën 3CV para visitarlo en Trelew, donde se quedaban cuatro o cinco días por la distancia a la que quedaba la cárcel de máxima seguridad. Era especialmente unido a su mamá, Soledad, a quien le escribía cartas semanalmente contando su experiencia en la prisión y hablando de “estar en el lugar donde tenía que estar”.

“Mi abuela siempre cuenta algunas historias divertidas de él. Una vez, cuando tenía dos años, ella estaba tejiendo y le pidió que apague la radio que estaba prendida en la pieza. Le preguntó si él sabía cómo hacerlo, él le dijo que sí, pero pasaban los minutos y la radio seguía prendida. La abuela se paró y lo encontró en la puerta con una manito atrás y otra adelante diciéndole a la radio ‘Shhhh, cállese la boca le digo, cállese la boca le digo’, que era lo que le decía mi abuelo cuando dormía la siesta y quería callarlo. Pensaba que también se hacía así”, rememoró su sobrino enternecido por la anécdota.






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