Los brasileños votan este dominfo en las elecciones generales más cruciales de los últimos 30 años, con el expresidente de izquierda Luis Inácio Lula da Silva como favorito a desbancar a su rival el mandatario ultraderechista Jair Bolsonaro.
Las mesas abrieron puntualmente a las 8 y deberían cerrar a las 17, cuando la Justicia electoral dará inicio al escrutinio, que se espera ya muestre una tendencia consolidada unas dos horas después.
Según sondeos, Lula, de 76 años, podría vencer en primera vuelta, pero Bolsonaro asegura que será reelecto por amplio margen.
Más de 156 millones de brasileños estaban habilitados para participar de los comicios, en los que se elegirá presidente, los gobernadores de los 27 estados, 21 senadores, 513 diputados federales y más de 1.000 legisladores regionales.
A los 76 años, el exmetalúrgico que esquivó a la muerte por hambre en su infancia en el norte de Brasil, parece inoxidable.
El fundador del Partido de los Trabajadores (PT) lleva adelante una nueva resurrección política tras sus 580 días de cárcel por un delito que no cometió y, en caso de derrotar mañana a Jair Bolsonaro, podría convertirse en el único presidente democrático con tres mandatos, lo que podría encumbrarlo dentro de los grandes íconos de la historia de las luchas populares.
Favorito para vencer las elecciones, este Lula con barba blanca y casado por tercera vez, no tiene dudas en haberse presentado como un “injusticiado” durante la campaña, para refutar el mote de “expresidiario” con el que hizo campaña su rival, comparando las detenciones que tuvieron figuras como Mahatma Gandhi, Nelson Mandela o Martin Luther King,
Convertido en “pai dos pobres” (como le decían a Getulio Vargas) después de sus dos mandatos presidenciales Lula sacó de la miseria a más de 36 millones brasileños y creó 22 millones de empleos, con salarios por encima de la inflación.
Lula, que participará de su sexta elección, es el político con más protagonismo de la República Brasileña desde el fin de la dictadura militar (1964-1985).
Para estos comicios logró además el renacimiento del partido que fundó en 1980, el PT, que selló una alianza inédita con diez fuerzas formando un frente antibolsonarista que polarizó como nunca elección.
“Yo podría estar disfrutando de mi tercer matrimonio, pero acepté ser el candidato para reconstruir el país”, dijo Lula cuando se lanzó como candidato luego de casarse en marzo con Rosángela Silva, una socióloga militante del PT con quien comenzó un noviazgo cuando ella lo visitaba en su celda en la ciudad de Curitiba, en el estado de Paraná, en 2018.
El “renacido” Lula y la biografía cinematográfica de su vida, que está permanentemente en actualización, se presenta luego de haber sido condenado a nueve años de prisión por corrupción en la Operación Lava Jato por una denuncia del fiscal Deltan Dallagnol acogida y aceptada por el exjuez Sérgio Moro.
Esa condena lo proscribió de las elecciones de 2018, en las que venció Bolsonaro, en el peor momento del PT y con una ola antisistema que arrastró a todos los partidos políticos.
Moro, tras la elección de 2018, asumió el Ministerio de Justicia y se hizo abiertamente bolsonarista, lo mismo que Dallagnol. Ambos fueron condenados por parcialidad por el Supremo Tribunal Federal en la anulación de las causas contra Lula.
“El problema de ellos fue que contaron una mentira el primer día y no tenían cómo volver atrás. La prensa dedicó cinco años de campaña en contra de mi reputación y la población fue contaminada con esta información”, explicó Lula.
En medio de la Operación Lava Jato, Lula perdió por un accidente cerebrovascular a su segunda esposa y exprimera dama, Marisa Leticia Rocco, con quien estuvo casado 50 años y tuvo tres hijos. En prisión, además, Lula perdió a su hermano Vavá y su nieto Arthur.
“Mi nieto sufría en la escuela cuando le decían que su abuelo era Lula”, dijo en algunas entrevistas.
Lava Jato, que investigó los desvíos de miles de millones de dólares de Petrobras por contratos fraudulentos con empresas de ingeniería como Odebrecht, le valió a Lula que la derecha le endilgara el mote de “ladrón”.
Y en ese clima es que fue derrocada su delfín político, Dilma Rousseff, en 2016, luego de haber intentado poner a Lula como jefe de gabinete para un gobierno, a esa altura, de desesperación nacional.
“Si fuera argentino, sería peronista y de Boca”, dijo en una de las visitas a Buenos Aires durante su presidencia, en la cual logró acumular 370 mil millones de reservas internacionales para el Banco Central, romper con el Fondo Monetario Internacional y crear los mecanismos inéditos de integración regional como Unasur, Celac y darle vuelo a Brasil en el nuevo mundo conformado por los Brics.
La de Lava Jato no fue la primera vez que Lula fue llevado a la cárcel. La primera había sido en 1980, durante menos de un mes, por parte de la dictadura militar, que lo capturó como preso político por haber encabezado desde 1978 las más grandes huelgas de trabajadores que se registraron en la historia brasileña.
Como presidente del Sindicato de Metalúrgicos, Lula arrastraba multitudes a sus actos, hablaba sin micrófono en estadios, era un barbudo venerado por el pueblo trabajador no politizado que tenía contacto por primera vez con la política.
En esas huelgas surgió la idea de unir intelectuales con los brazos duros del ABC paulista, el cordón industrial más importante de América Latina, para formar el PT y luego la Central Única de Trabajadores.
Al puesto de líder sindical llegó por causalidad por su hermano comunista, Frei Chico, que lo convenció de dejar las discotecas y los bares y concentrarse más en cómo obtener mayores derechos laborales.
Lula inició su vida sindical luego de haberse recibido de tornero mecánico a los 16 años en el Servicio Nacional de la Industria en San Pablo. “Fui el único de mi familia que tuvo un diploma”, aseguró.
Lula perdió su dedo meñique izquierdo en una máquina prensadora haciendo horas extras de madrugada en una fábrica de cofres de seguridad para bancos.