El domingo 17 de noviembre se llevó adelante la sexta marcha del orgullo sexodisidente en Santa Rosa. Un camino que lleva seis años de intenso protagonismo cultural que crece en volumen y consenso, y con una presencia política innegable, que si alguien pretende ningunear le estará errando. El documento hecho público es contundente (Leelo acá) y lejos de quedarse en un racimo de quejas o enojos por incumplimientos, avanza enhebrando historia, actualidad y futuro, a base de militancia.
Sin pizca de tristeza. Fue una fiesta militante y callejera; hubo lágrimas de emoción y abrazos; aplausos y risas; música, zumba, rock y murga; stands de emprendedores y testeo del VIH; hubo infinidad de colores diseminados en banderas, gorras, ropas, y rostros, y una larga marcha que recorrió de ida y vuelta la avenida San Martín; y hubo una consigna central: “Libertad es derechos para todes”.
Sin pizca de resignación. El texto alienta una infatigable tenacidad por los derechos individuales y grupales, y choca de frente contra la “actualidad libertaria” que pretende hacernos retroceder en conquistas de todo tipo, pero también apropiarse de la idea de libertad: «Hacemos este llamado público a que no nos dejemos robar la libertad por quienes solamente pregonan la libertad del mercado”. Más claro, imposible.
Sin sectarismo. El “mandato de la vergüenza” por ser lesbianas, gays, travestis, trans, bisexuales, intersex, pansexuales, putos, tortas, travas, maricas, no binaries, queer, se disuelve sin vueltas con el protagonismo de muchos chicos/as y adolescentes que marchan, pero también de adultos mayores que acompañan. No es un tema de “convencidos/as”, la movida es el resultado de una convicción personal y colectiva, de una historia de “luchas y resistencias, articuladas en torno a las demandas por la ampliación y garantía de derechos humanos y la construcción de una sociedad justa, diversa y libre de violencias y discriminaciones”. Son pasos que interpelan a la comunidad pero en particular a la dirigencia política que toma decisiones para bien o para mal del conjunto.
Sin esquivar definiciones. El gobierno de Javier Milei cumple un año y hace tabla rasa con un modelo donde deberían conjugar -como aspiración básica- democracia, derechos y un poco de esperanza. Para el orgullo disidente hay que “levantar la voz frente a los discursos neoliberales y reaccionarios que pregonan una libertad individualista y mercantilizante, y proyectan la reducción del sector público para satisfacer las demandas de intereses privados concentrados, nacionales y extranjeros; reiteramos un año más: derechos humanos para todes”.
Sin callarse. El contexto, en una creciente de discursos de odio y negacionismo, las y los mueve a un llamado público donde denuncian las políticas públicas del gobierno libertario para “cerrar, desarticular y desfinanciar a organismos estatales de protección contra la discriminación, de ayuda a las víctimas, de acompañamiento a las niñeces huérfanas”, pero afirman, al mismo tiempo, que “el avance de la deshumanización como estrategia política para destruir el entramado social que nos hace fuertes como pueblo”.
En crecimiento. El espacio crece y crece, incluso con acompañamientos del Poder Legislativo, el Concejo Deliberante de Santa Rosa y varias instituciones: “Celebramos contar con una parte de la sociedad que avanza en el respeto a la diversidad sexual, pero exigimos celeridad en el acceso real a los derechos de un trato digno, de trabajo, de salud, vivienda y justicia, porque las vidas las estamos viviendo hoy, los derechos los tenemos que ejercer hoy, las muertes ocurren hoy, y el avance de la derecha cada día más fortalecida en su odio, también sucede hoy”. En tiempos que parecen desanimarnos y empujarnos al vacío, la movida callejera del orgullo disidente muestra caminos de resistencia y aprendizaje continuo, donde adaptarse a la realidad no significa resignarse, si no redoblar la militancia con inteligencia, esfuerzo y construyendo consensos. Quien quiera ver, que vea. Quien quiera aprender, que aprenda.