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Baja natalidad en el mundo: un problema más cercano de lo que imaginamos

19 de octubre de 2025
Baja natalidad en el mundo: un problema más cercano de lo que imaginamos

Por Juan Gutiérrez Davini (*)

La humanidad afronta graves problemáticas que amenazan la existencia de los modelos económicos, políticos y sociales que nos han guiado hasta donde estamos hoy. Una de ellas es la caída de la natalidad. Los jóvenes no solo tenemos que afrontar un presente más incierto, con precarización y flexibilización laboral, sino que, además, la situación solo parece empeorar.





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Jardines de infantes vacíos, geriátricos llenos. Esta imagen, impensada hace algunos años atrás, ya comienza a ser la normalidad en un creciente número de países del mundo. La tendencia no solo se limita al primer mundo, sino que está comenzando a ocurrir en nuestro país.

¿Por qué importa la natalidad? La humanidad siempre ha considerado a la natalidad como algo natural. Es decir, salvo en casos excepcionales como pandemias o largas guerras, siempre se consideró que la población aumentaría.

Un ejemplo es el pensamiento del clérigo y economista inglés Thomas Malthus (1776-1834), quien consideraba que el crecimiento de la población sería tan alto que llevaría a una escasez de recursos tal que amenazaría la existencia humana. Este pensamiento motivó diversas políticas públicas durante los siglos XIX y XX, entre las que encontramos la política de hijo único en China o las hambrunas producidas por el gobierno inglés en la India.





Por ende, cada desarrollo económico se hacía siempre presuponiendo que la población crecería y que sobre sus hombros se sostendría el inevitable desarrollo económico y social, debido al constante aumento del consumo.

Esta presunción motivó también el desarrollo de tecnologías que aumentaran la eficiencia para sostener este crecimiento, siendo las discusiones principalmente centradas en cómo dar ese crecimiento (con mayor o menor clase media, mayor o menor pobreza, etc.) y a qué velocidad (con un plan quinquenal que desarrollaría el país en 15 años o con una economía liberal que lo haría en 50).

Pero hoy el mundo enfrenta una situación muy diferente. La tendencia desde fines de los 70 es clara: a medida que los países se desarrollan, también pierden natalidad. Los primeros en afrontar esta problemática fueron los países del norte de Europa, y la tendencia poco a poco llegó a más regiones del mundo.

El tema es más grave de lo que parece: actualmente en el mundo aumentan año a año los países que no alcanzan siquiera la tasa de reemplazo poblacional (2,1 hijos por mujer). Es decir, son cada vez más los países que no logran mantener estable su población (mucho menos piensan en crecer).

Los viejos bastiones de fertilidad -India, China y EE. UU.- ya han pasado a estar por debajo de la tasa de reemplazo, mientras que aquellos que mantienen una alta fertilidad son países mayoritariamente pobres y poco poblados, como los del África subsahariana, algunos de Asia Central y otros del sudeste asiático. Aun así, todos ellos proyectan una perspectiva de rápida caída de la natalidad. Esto se ve claramente en el reciente dato de las Naciones Unidas, donde se informa que ya ningún país africano está por encima de los seis hijos por mujer.

En el mundo, ¿qué han hecho?
Hasta ahora, las grandes economías del mundo sostienen su desarrollo en la innovación tecnológica, que hace que se requiera cada vez menos mano de obra para desempeñar distintas tareas (esta es la principal fuente de crecimiento en países como China y Japón), o en base a la migración (siendo una importante fuente de crecimiento en Europa, los países de la península arábiga y EE. UU.).

Sin embargo, esta última “solución” nos permite ver un creciente aumento de la xenofobia -principalmente de parte de la extrema derecha- debido a las dificultades de adaptación de los migrantes a las culturas locales.

Pero, como si la baja natalidad no fuera suficiente, en las últimas décadas se suma a ella el fenómeno del aumento de la esperanza de vida: nace menos gente y, a su vez, vive cada vez más años. Esto es especialmente importante porque no solo pone en jaque el sistema de jubilaciones predominante a nivel mundial -que requiere más jóvenes aportantes que ancianos cobradores-, sino que pone en riesgo las mismas bases del sistema económico; si no hay más consumidores, no hay más ventas ni crecimiento, por lo que estaríamos a las puertas de una gran recesión mundial.

Los riesgos de recesión ya se ven claramente en las economías más desarrolladas, que crecen a un ritmo muy inferior al de antes, incluso algunas llegando a estancarse. Esta idea ya nos hace replantear la misma esencia del capitalismo, sobre si es necesario producir eternamente o debemos hallar nuevas formas de utilizar nuestros recursos.

Y en Argentina, ¿qué sucede?
Desde 1992, Argentina posee una tasa de natalidad por debajo de los tres hijos por mujer, problema que se agravó en 2018 cuando pasó a estar por debajo de los 2,1 hijos por mujer. Los indicadores proyectados por Naciones Unidas indican que la natalidad seguirá en declive.

https://twitter.com/maps_black/status/1975357290850230696?t=v-Er7603-iGMxUYon9TeVQ&s=08

Entonces, ¿por qué nuestra población, lejos de caer, aumenta? Esto se da como producto de un parche que implica la migración hacia nuestro país (principalmente desde países vecinos). El problema es que, debido a la constante crisis que atraviesa nuestro país, la tendencia migratoria está cambiando: la población que antes venía está empezando a migrar hacia otros destinos, sumado al hecho de que los países vecinos también comienzan a experimentar problemas de natalidad.

El bono demográfico
El bono demográfico es una etapa en la historia de los países en la que tienen una mayoría de la población que se encuentra económicamente activa, relativamente sana y en la plenitud de su vida (entre sus 20 y sus 40 años), y en la que no se requieren grandes inversiones urgentes por parte del Estado: hospitales, escuelas, guarderías, geriátricos.

La mayor parte de los países que ya han pasado su bono demográfico lo ha utilizado para crecer y modernizarse económicamente.

La Argentina, en estos momentos, está atravesando su “bono demográfico”. Es decir, estamos en la etapa de nuestra historia en la cual deberíamos asegurarnos de crecer y fortalecer nuestra economía para los tiempos venideros.

Sin embargo, en un país que ha contraído grandes deudas en los últimos años y cuyas miras son seguir haciéndolo, con tendencia a desfinanciar universidades e institutos de investigación científica como el INTA, el INTI o el CONICET, ¿cómo haremos para crecer?

Cuando los organismos internacionales empiecen a cobrar sus deudas y nos exijan crecimiento para seguir prestándonos, ¿cómo les pagaremos? Con una población envejecida, una economía débil y una infraestructura atrasada.

Todo indica que, si no encontramos una vía que nos aleje del camino que estamos tomando, el futuro será mucho peor que el presente.

Claramente, la solución no pasa por la flexibilización laboral ni por el aumento de la edad jubilatoria.

Pero no todo está perdido. Medidas de ayuda a los jóvenes para reducir la informalidad laboral, de acceso a su primera vivienda, sumadas a la inversión en infraestructura básica (como hospitales, rutas e innovación productiva) son algunas pistas del camino que deberíamos seguir.

(*) Licenciado en Relaciones Internacionales

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