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Vaque


El viaje a Venezuela de un periodista pampeano

14 de junio de 2019
El viaje a Venezuela de un periodista pampeano

 

Por León Nicanoff (periodista, desde Venezuela)





Agroenergia




Junio, Ezeiza-Simón Bolivar- A través de la ventanilla del asiento 27 del avión las nubes se ven enchastradas como merengue batido en el cielo. Con un sol esquivo a las 7.30 de la mañana, escribo estas primeras líneas a tres horas de aterrizar en Maiquetía, Venezuela. Al descender, seré el único extranjero, porque el resto de los viajeros acá presentes son venezolanos, que esperan pisar nuevamente su tierra natal, hoy escenario de confrontación de las potencias mundiales: Estados Unidos, Rusia y China.

Nada más quedan tres horas para que caminemos sobre este territorio, cuya economía depende en más de un 90% de la exportación petrolera, y que supo autodenominarse socialista ya hace varios años; seguramente el único después de la caída del Muro de Berlín, pero que hoy atraviesa una severa crisis, a pesar de (o a costa de) sus riquezas naturales; donde también persiste un bloqueo económico (semejante al de Cuba) y una amenaza latente de intervención militar extranjera.

En tan solo unas horas colocaremos los pies sobre suelo bolivariano, tema simbólico y central en el debate público, agenda principal de campañas argentinas, brasileñas, chilenas y colombianas, de candidatos con pretensiones electorales a partir de analogías forzadas, cargadas de lugares comunes (“íbamos a ser Venezuela”). ¿Habrá una doble vara de la derecha y de la izquierda progresista latinoamericana para medir la situación bolivariana?





Personalmente, creo que algo indiscutible es la sobreinformación que hay: ¿por qué no se habla también de los 59 líderes sociales asesinados en Colombia en el año, los 282 el año pasado y los más de 600 desde 2016? ¿Por qué pasa desapercibido Yemen, donde ocurre la peor crisis humanitaria de la actualidad? Parece que no ha quedado hombre o mujer que no formule una opinión o sentencia; tampoco este cronista, que impunemente escribe a 12 mil metros de altura, y ni ha esperado siquiera a llegar a Venezuela.

Estamos volando con Estelar Latinoamericana, aerolínea venezolana fundada en 2009. El pasaje salió relativamente barato -unos 37 mil pesos de ida y vuelta- si se compara con el resto de las opciones, que estaban entre 50 y 60 mil pesos argentinos. A esta altura, quedan verdaderamente pocas líneas aéreas disponibles. En los últimos seis años, 18 de 26 líneas internacionales suspendieron sus vuelos a Caracas, según cifras brindadas por el presidente ejecutivo de la Asociación de Líneas Aéreas, Humberto Figueroa. Sumado a la reciente suspensión de todos los vuelos de Estados Unidos, por “amenazas a la seguridad”, Venezuela está casi aislada.

En este vuelo, por ahora calmo y ordenado, viajamos unos 200 pasajeros en un avión con 267 asientos. Según pude hablar, la mayoría pretende finalizar trámites pendientes, buscar o visitar familiares y regresar. Otros, vuelven de la visita en Argentina. Algunas cifras señalan que más de tres millones de venezolanos se han ido de su país desde el 2014, aunque el gobierno asegura que la cantidad es menor.

 

La previa

Llegué a Ezeiza a la 1 de la mañana y vi una larga fila de negras achocolatadas, blancos también, la mayoría afeitados, algunos con gorras reggetoneras, veo labios gruesos, pelo afroamericano, y planchado, hay de todas las edades, venezolanos que gesticulan violentamente, enormes valijas, los hay de camisa cuadriculada dentro del jean, y bermudas diseñadas para el trópico, en general visten prendas elegantes, se observan gordas, delgadas, flacos algo bigotudos, y aquellas personas cuyas figuras se imponen con rasgos marcados, voluminosos, caribeños.

Esta es la cola de 150 metros que había que hacer para Estelar Latinoamericana, la única fila que se destaca en un aeropuerto de Ezeiza casi desértico, la de 199 venezolanos y un argentino.

De todas las charlas en las que pude inmiscuirme con la oreja estirada, nadie habló de coyuntura política, social o económica. Algunos conversaban de negocios, otros de anécdotas nocturnas, de la posibilidad de viajes a otros lugares, incluso hubo quienes debatían sobre GOT. Lo que más se escuchó fue «vaina», «chamo», «no jodas».

Hablé directamente con algunas personas. Uno, joven gesticulador, seguramente histérico, muy blableta con pelo fino, delante de su novia, dijo:

-¿Vos sos policía o del Sebin (Servicio de Inteligencia) que haces tantas preguntas?

-Periodista. Parecido- y la hiena rió fuertemente. Se fue de su país porque Venezuela «es una dictadura».

Otro, viejito flaco y pálido, el más desaliñado de todos, lleva mercadería para su familia, los visita y vuelve a Capital. «Hace 3 semanas llegó un amigo venezolano y ya consiguió trabajo. Y tengo amigos argentinos que dicen que acá se explota, pero por lo menos tiene trabajo, no como allá».

Sin embargo, el último, muchacho de 27, oriundo del estado de Aragua, se fue hace tres años con la creencia de que «afuera está todo mejor». «Ahorita» vuelve con la intención de probar suerte nuevamente en Venezuela por dos motivos: nostalgia caribeña y explotación laboral en Argentina. Trabajaba 14 horas y no llegaba a enviarle dinero a su familia. No sabe quién tuvo la culpa para que su país se encuentre «hundido» en una crisis.

 

Descenso

Algunas nubes son algodones, otras difusas, parecen el resultado del aliento impregnado en un vidrio frío. Todas las azafatas son portuguesas. El avión toma una curva. El verde se infesta en la superficie, caminos zigzagueantes aparecen caprichosos, sin ninguna lógica. Un río panzón amarronado como un escuálido cervecero se destaca entre el relieve del trópico. Más caminos de agua turbia, que podrían haber sido creados por los garabatos de un purrete gigante sobre una hoja selvática, se manifiestan en forma de giros y moños. Ahora, cachos de ciudad, urbanidad, civilización. El océano y montañas elevadísimas que son abrazadas por nubes. Si uno mira distraído, rápidamente se espabila al ver una avalancha en movimiento. Cierta presión aparece de repente en los oídos, y el parlante anuncia con español mal hablado: «Señoras y señores, abróchense los cinturones, estamos llegando al aeropuerto Simón Bolivar».

 

 


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