El asentamiento El Nuevo Salitral se agranda día tras día. Ya hay unas 130 familias y en las últimas horas se han ido ocupando terrenos que están a solo unos cien metros de la Isla de los Niños (Parque Don Tomás).
Sofía Torres está debajo de cuatro, cinco, seis palos y dice que de acá no se mueve. “De acá no me muevo ni aunque vengan matando”, avisa. “Voy a poner esa lona azul entre esos palos y armar mi choza. ¿Ves ese colchón ahí arriba? Cuando tenga más o menos listo mi choza, lo voy a bajar y ahí voy a dormir. De acá no me muevo. Ni a palos”.
Sofía tiene 18 años, tiene un novio de 19 que la acompaña y tiene, en su panza, un proyecto. “Estoy embarazada de 1 mes y medio”, cuenta. «Yo voy a luchar por el futuro de mi hijo o hija. De eso, quédese seguro», asegura.
El asentamiento -que comenzó a tomar forma hace unos días, con la instalación de chozas, carpas y todo tipo de construcciones precarias- se ubica al noroeste de la ciudad, a metros de la laguna Don Tomás.
Llegaron más familias a El Nuevo Salitral y el gran ausente es el Estado
Buena parte de las familias se instaló sobre la calle Duval: ya hay unos 500 metros de terrenos tomados solo sobre esa arteria. Algunos de esos terrenos están a pasos de la Isla de los Niños: son, por ejemplo, los casos de Víctor, Juan Ignacio y Magalí. También es el caso de Nelson Carabajal, de 60 años, que llegó hace unos cinco días junto a su esposa Viviana y sus hijas de 13 y 15 años de edad.
«Soy mecánico. Tenía un taller y lo tuve que cerrar», cuenta. «Y yo -dice Viviana- tenía un trabajo de limpieza en una casa, pero ya no lo tengo más. Ahora no podemos pagar los 7 mil pesos de alquiler y a fin de mes tenemos que dejar la casa», se lamenta. El fuego, como en todo el lugar, llena al salitral de columnas de humo.
Graciela Insaurralde, de 45, se encuentra un poco más alejada de la Isla de los Niños, aunque siempre sobre la Duval. Tiene un hijo de 13 y una hija de 15. «La nena, Dalma, está embarazada», cuenta. «De dos meses», sostiene. La acompaña, en estos momentos, su cuñado Rubén Verón, sentado en una reposera. «Acá dormimos, en medio de este frío», dice y señala una precaria casucha de chapas. Los perros, a unos metros, ladran ante el paso de una moto.