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Malvinas: a 36 años, el relato de tres sobrevivientes

2 de abril de 2018
Malvinas: a 36 años, el relato de tres sobrevivientes

Tres combatientes, a 36 años de la guerra con Gran Bretaña por las islas Malvinas, relataron a Diario Textual sus sensaciones y las huellas que les dejó el conflicto bélico.      

Jorge Maidana nació en San Jorge, Santa Fe. En 1982 era suboficial del ejército, con rango de cabo I de Infantería, y se encontraba instruyendo a la clase 1963 en los bosques de Ezeiza, Buenos Aires. Como a la gran mayoría, el 2 de abril le sorprendió la noticia del desembarco de las tropas argentinas en las islas Malvinas. En un principio, la orden fue que sólo viajarían hacia el Atlántico Sur oficiales y suboficiales. Por eso el grupo que integraba se trasladó al cuartel, donde preparó el equipo, junto al Regimiento 7 de La Plata, el 6 de Mercedes y el 3 de La Tablada. Luego se supo que habían sido convocados en su totalidad los soldados clase ’62; es decir, los mismos uniformados que había instruido en 1981.

 

Jorge Maidana, el tercero desde la derecha -de bigotes y llevando una manta-, en una foto de una revista en el momento de la guerra.

 





Quedaron acuartelados hasta el 13 de abril, cuando dieron la orden de partir a Malvinas. Llegaron a El Palomar y el 14 a la mañana partieron hacia Río Gallegos, Santa Cruz, lugar en el que hicieron un cambio de avión. “Llegamos a las islas a las 11.30 con un frío y un viento con llovizna terribles. Nos pusimos la carpa poncho e iniciamos una caminata hacia unos cuarteles ingleses que estaban a unos 20 kilómetros”, comenzó diciendo Maidana.

El sobreviviente relató que se dirigieron hacia unos galpones donde había cueros de oveja que usaron de colchones. “Era imposible dormir en la carpa”, aseguró el combatiente, que estuvo al mando de un grupo de diez tiradores de Infantería.

Durante los primeros días en las islas vivieron una presunta tranquilidad, que incluso les permitía distraerse “paisajeando” varias horas al día. “Yo les decía a los soldados que no iba a haber guerra porque no creía que los británicos vinieran a combatir desde tantos kilómetros”, contó el militar, a modo de anécdota, en el Centro de Veteranos de Guerra de La Pampa, donde recibió a Diario Textual.

“Estábamos en las carpitas, en la altura, con los vientos. Hasta que el 1de mayo a las 4.40 la isla temblaba”, confesó. “Desde nuestra posición veíamos el aeropuerto, que era el objetivo inglés. Era algo dantesco porque los Sea Harrier pasaban en vuelo rasante, tirando con todo, y escapaban. Y por debajo veíamos el misil que los seguía hasta impactarlos. Enseguida, los ingleses se dieron cuenta que no podían pasar tan cerca”, señaló, en alusión a la defensa argentina.

Desde entonces empezaron a soportar situaciones violentísimas que los obligó a armar las posiciones. Como no podían cavar buscaron tambores e incluso, en una oportunidad, le secuestraron una balsa a un kelper para llevar adelante ese cometido. “Estaba compuesta de madera y tambores, material que nos sirvió para hacer las posiciones”, explicó el militar quien admitió que pasaron frío y hambre, entre otras vicisitudes.

La posición, ubicada en el valle de Monte Longdon, fue atacada entre el 10 y el 11. El por entonces suboficial comentó que una patrulla inglesa se acercó, efectuó unos disparos, y que le respondieron con todas las bocas de fuego que tenían hasta que se replegaron. “Nosotros, ingenuos, nos pusimos contentos porque habíamos rechazado un ataque inglés. Pero luego nos dimos cuenta que habían hecho una exploración para saber cuántas bocas de fuego y capacidad teníamos”, lamentó. “Al otro día nos dieron sin asco. Nos pasaron por arriba. Tuvimos que replegarnos, arrastrándonos como pudimos, hasta quedar entre unas piedras y sin municiones. Ahí aguantamos hasta el 14 de junio, día de la rendición argentina, cuando volvimos a nuestras posiciones que habían quedado destruidas”.

“Enseguida nos dimos cuenta de que algo había pasado porque habían mermado los disparos, al punto que casi no se oía ninguno. Los ingleses empezaron a gritar, a tirar las boinas y cascos. Se abrazaban y, lógico, había terminado la guerra”, recordó Maidana, quien llegó a La Pampa el 1º de abril de 1992 y nunca más se fue.

Reveló que con heridos encima iniciaron una caminata subiendo Monte Longdon y enseguida descubrieron con asombro y tristeza a varios compañeros muertos. “Seguimos caminando un rato hasta que vino uno de los soldados a decirme que adelante estaban los ingleses. Efectivamente, aparecieron varias cabecitas de los ingleses que nos dieron la voz de alerta y nosotros les respondimos ‘no va más’. Yo estaba sin armamento, en medio de ellos porque habían formado una herradura”.

Pasan los años pero la herida que dejó el combate no se cierra. “En mi caso, si no fuera por mi familia, que me apoyó y apoya en todo momento, creo que se hubiera ido todo a la mierda. La guerra es algo que se me viene a la mente todos los días, incluso padezco los festejos de fin de año por los fuegos de artificio que parecen simular el sonido de las bombas”, comparó.

A su lado, asiente Daniel Palacios, otro héroe de Malvinas y actual presidente del Centro de Veteranos de Guerra de La Pampa. Nacido en Mendoza y radicado en nuestra provincia desde 1986, era jefe del grupo de evacuación del cuerpo de Infantería B del Regimiento de Infantería 8, con asiento en Comodoro Rivadavia.

Rememoró que viajaron a las islas el 6 de abril. A las 6 los subieron a un Hercules y a las 8 cruzaron a Puerto Argentino. Al día siguiente se inició el traslado del regimiento hacia Bahía Zorro, en la entrada sureste del estrecho de San Carlos, en la isla Gran Malvina, el asiento final del Regimiento de Infantería 8. “Era enfermero y la compañía estaba al resguardo de la costa. Nuestro contacto fue más que nada con aviones y fragatas. Lo más duro eran los ataques nocturnos, que duraban más de siete horas”, estimó.

La tropa permaneció en el lugar hasta el 18 de junio, ya rendida. Tres días después zarparon en un barco de pasajeros rumbo a Rawson. “Con el tiempo, hay muchos recuerdos que se te empiezan a mezclar, aunque hay varias historias que vienen enganchadas con un recuerdo feo”, afirmó.

Palacios, quien era suboficial del Ejército, recordó la anécdota sobre cómo conocieron al Harrier inglés. Relató que apareció un avión de combate a unos diez metros de altura con un círculo rojo en el fuselaje y a ellos se les puso que era un avión peruano, país del que se había empezado a hablar que ayudaría a la Argentina. “Rápidamente nos dimos cuenta de que nuestro pensamiento era erróneo”, admitió el combatiente que en los ’80 arribó al Comando Cuarto Cuerpo de Santa Rosa, donde se desempeñó hasta la baja, en 1992.

“Lo más complicado fue ver a muchos compañeros, porque en la marina nos conocíamos casi todos”, contó Rolando Bernardo Contreras, quien era maquinista-motorista y tuvo que acudir al rescate de los soldados del ARA General Belgrano.

“El buque se hundió el 2 de mayo a las 16 y nosotros descubrimos la primera balsa a las 18 del día siguiente. Estaban náufragos en un lugar muy frío. Fue durísimo verlos y empezarlos a rescatar. Venían muy mojados, quemados o lastimados”, acotó el militar, un cabo I destinado en la base naval de Ushuaia.

El crucero Belgrano, al momento de ser hundido.

 

Contreras, quien nació en General Alvear, Mendoza, y está radicado en nuestra provincia desde 1973, relató que cuando se declaró el conflicto bélico fue en comisión a hacer apoyo logístico con el buque aviso ARA Francisco de Gurruchaga. Precisó que el 99 por ciento de los náufragos se encontraba en “camisa y pantalón” porque el hundimiento los sorprendió en un cambio de guardia. “Se cortó la luz en el barco y no tuvieron tiempo de nada. Algunos estaban durmiendo. Fue entonces que vimos muertos a compañeros nuestros. Después de eso, del rescate, trajimos a los sobrevivientes a la base naval de Ushuaia y ahí terminó mi participación en el conflicto”, concluyó.


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