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La insólita disputa por la «herencia» de Puccio que dejó en Pico

3 de noviembre de 2018
La insólita disputa por la «herencia» de Puccio que dejó en Pico

Una sobrina a la que nunca vio. Un pastor que le leía la Biblia y lo bañaba en sus últimos días. Una novia que lo abandonó cuando a él le diagnosticaron un tumor cerebral. Un periodista. Un jubilado que compartió asados con él y lo contrató como abogado y contador. Una joven a la que le escribía poemas. Todos ellos tienen algo en común: se quedaron, en mayor o menor medida, con las pertenencias que tenía Arquímedes Rafael Puccio al momento de morir.

El siniestro líder del clan que en la década de 1980 secuestraba y mataba empresarios en su casona de San Isidro es noticia aun después de muerto. El 4 de mayo de 2013, a los 84 años, dejó de respirar en General Pico, donde vivía después de haber estado preso casi 23 años.

El periodista Rodolfo Palacios publicó en Infobae que nadie quiso hacerse cargo del entierro: ni siquiera los cuatro amigos que se le habían acercado en sus últimos años ni Graciela, su novia 45 años más joven, que lo dejó seis meses antes de su final.

«El cajón lo llevaron entre un policía y un sepulturero», recuerdan en el cementerio municipal de General Pico.

Cuando Puccio murió nadie se presentó a la morgue judicial de General Pico a hacer los trámites para retirar el cuerpo y darle sepultura. El cadáver del asesino estuvo allí una semana, hasta que la Justicia ordenó que se lo inhumara en el osario del cementerio municipal de General Pico: el cuerpo de Puccio reposaba en una porción de tierra donde iban a parar los olvidados, sin flores ni epitafios. La lápida fue hecha de apuro, como para sacársela de encima. Nadie fue a visitarlo hasta ahora. En rigor desfilaron curiosos impulsados por la oscura fama del muerto.





En resumen: su cuerpo no fue reclamado por nadie. Pero sus objetos sí: entre lo interesados apareció una prima que consultó en la funeraria si podía quedarse con las pocas cosas que tenía Puccio: una mesa, una cama de una plaza, una radio a pilas, una garrafa, una heladera, ropa, tres pares de zapatos, chinelas, un par de zapatillas y alpargatas. Y unos 50 libros. Entre ellos Timote, de José Pablo Feinmann; Operación masacre, de Rodolfo Walsh; El golpe civil, de Vicente Muleiro, Diario de un clandestino, de Miguel Bonaso; 1810, de Felipe Pigna; De Perón a Montoneros, de Marcelo Larraquy; Operación Traviata, de Ceferino Reato; Juan Domingo, de José Ignacio García Hamilton; La comunidad organizada, de Juan Domingo Perón; Que al salir salga cortando, de Arturo Jauretche y La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez.

 

«Es raro lo que pasó con el viejo. Un día llamó un pastor de Santa Rosa para decir que se hacía cargo de los gastos y dijo que quería que se hiciera el velorio, pero desapareció. Llegó a reclamar las pertenencias. Puccio fue enterrado en un ataúd similar a los cajones de manzana. Los gastos corrieron por cuenta de la Municipalidad», cuenta una fuente municipal.
La primera muerte de Puccio fue el 23 de agosto de 1985, cuando fue detenido con sus cómplices, entre ellos sus hijos Daniel «Maguila» y Alejandro, talentoso wing tres cuartos del CASI, un tradicional equipo de rugby de San Isidro, y ex jugador de Los Pumas. Alejandro murió el 27 de junio 2008 y Daniel volvió al país porque la causa prescribió. Su hermana Silvia murió de cáncer. Epifanía vive junto a Adriana, la hermana menor del clan. Los vecinos creían que la familia era inocente. No podía ser que el señor Puccio, que los domingos iba a misa vestido de traje, hubiera arrastrado a los suyos al delito. Sintieron horror cuando se comprobó que entre 1982 y 1985, los Puccio habían secuestrado y matado a los empresarios Ricardo Manoukian, Eduardo Aulet y Emilio Naum.

 

La familia

Cuando Puccio murió, un juez de paz de General Pico se comunicó con la ex esposa de Puccio, Epifanía Ángeles Calvo, pero ella no quiso saber nada. Su hija menor, tampoco.

«Puccio solía llamar cada tanto a Epifanía, pero tanto ella como sus hijas le cortaban, lo odiaban y eso lo hacía llorar mucho», cuenta Eliud Cifuentes, el pastor que lo cuidó hasta su muerte. No es el pastor que llamó para reclamar las cosas de Arquímedes. En la vida de Puccio hubo dos pastores: uno que lo recibió en General Pico cuando salió en libertad. Y el otro que lo recibió en su casa tras su mudanza a General Pico.

Cifuentes llegó a revelar la confesión que le hizo Puccio antes de morir: «Me dijo que su esposa les puso a sus hijos en contra, y que disfruta del dinero que él guardó en una cuenta de Uruguay«. ¿Será el botín por los secuestros cometidos? Ese es uno de los secretos que el líder del tenebroso clan se llevó a su tumba.

La sobrina y el extraño coleccionista

Una sobrina de Puccio dijo que no quería ocuparse del entierro pero pidió las pertenencias del ex secuestrador. «No sabemos qué quiere hacer con las pocas cosas de Puccio. Pero su pedido fue desestimado. Lo insólito es que un día llamó un hombre para preguntar dónde estaban los objetos del asesino porque quería ver la posibilidad de comprar algunas cosas. Le dijimos que eso no corresponde y se ofendió», dijo una fuente judicial. A poco más de cinco años de la muerte de Puccio, se decidió que sus pertenencias fueran repartidas entre sus amigos, pero la mayor parte de las cosas se las llevó un enigmático hombre.

Hubo una disputa por sus objetos, pero no se llegó a un pleito judicial. «Entre sus amigos discutieron por ver qué se quedaba cada uno», admite un ex integrante del último entorno de Puccio.

No se sabe quién se quedó con su faca y con el cuaderno donde anotaba los nombres de sus enemigos, con fotos incluida. Entre ellos, la jueza María Romilda Servini de Cubría y el ex juez Alberto Piotti. «Muchos de ellos se van muriendo y yo sigo vivo», dijo sin saber que le quedaba poco tiempo de vida.

 

El periodista y el último enemigo

Cristian Caluori -del sitio En Boca de Todos- entrevistó a Puccio varias veces. Incluso le hizo la última nota antes de su muerte. Hace dos meses se cruzó con Jaime René Guastavino, el dueño de la pensión donde vivía Puccio. Al principio tenían una buena relación, pero discutieron (no se saben los motivos), y se volvieron enemigos. Puccio llegó acusarlo de violador y lo denunció a la Municalidad de General Pico para que le clausuraran la pensión. Es más: cuando lo visitaba algún periodista, solía decir en voz alta, para que escuche Guastavini: «¿Así que le contó al gobernador lo del canalla que regentea esta pocilga?». Buscaba generarle terror a su enemigo.

En una nota que le dio a Caluori, Guastavino le hizo una revelación: «Puccio me dijo que mató a 58 personas y que yo iba a ser el más fácil, además me dijo que me iba a descuartizar, por eso fui con un revolver a matarlo», le dijo Guastavino. Un día fue decidido a matarlo con su arma, pero al llegar a la pieza de Puccio lo encontró con varios policías –entre ellos un comisario- porque los había llamado. «Me quitaron el arma, pero yo lo mataba si o si, si el comisario no me decía nada, yo lo mataba, si fui a eso. Pero el hombre me pidió que no disparara y le obedecí».

Además dijo que Puccio tenía una cuchilla de importantes dimensiones y un revolver. Lo de la cuchilla es cierto: se trata de una faca que Puccio conservaba tras su paso por la cárcel y mostraba orgulloso a quienes lo visitaban.

«A mí Puccio me regaló varias cosas, diploma, libros, y cosas que no recuerdo. Pero la mayor parte de los objetos que tenía se los llevó un amigo que tenía y solía visitarlo. Parece que antes de morir pidió que ese hombre tuviera sus cosas, una especie de misterioso heredero que dejó de ser visto en la ciudad», cuenta Caluori.

Una joven llamada Mirella, vecina de Puccio en la pensión, guarda aún los poemas que Puccio le escribía. «Me llamaba la chica del balde porque una vez me regaló un balde, se la pasaba barriendo o diciendo piropos», dice. Cuando mantenía cautivas a sus víctimas, Puccio salía a la vereda a barrer. Esa costumbre la mantuvo toda su vida. De hecho acostumbraba a mandarles fotos autografiadas a sus amigos o a los periodistas en las que se lo veía barriendo la vereda.

 

El pastor que lo extraña

El pastor que lo cuidó hasta sus últimos días, Eliud Cifuentes, asegura que no pretende quedarse con las cosas de su amigo. «Pero de todos modos me gustaría conservar algunos de sus recuerdos. A Arquímedes lo quise mucho. Pasábamos horas leyendo la Biblia y hablando de los grandes temas de la humanidad. Me conformo con sólo tener algunos de sus libros. La policía se llevó todo, hasta la cama. Pienso que algunos libros pueden ser donados a alguna biblioteca. Y algunos pensaban que Puccio guardaba dinero de los rescates que cobró. Eso es un delirio. Murió pobre y reconciliado con la vida, en paz con el Señor, su sueño era que lo dejaran viajar para hablar con Epiganía, seguía enamorado de ella«, dice Eliud. Con el tiempo sólo logró recuperar dos libros que pertenecieroa Puccio: la Biblia y El plan quinquenal, de Perón.

«Algo es algo», dice el pastor, que guarda esos objetos como si fueran reliquias. Y no son más que dos de los libros que leyó el temible asesino antes de morir solo y olvidado.

 

 

Fuente: Infobae

 


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