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La historia de la Laguna de Callaqueo, el «sótano» de La Pampa

6 de marzo de 2019
La historia de la Laguna de Callaqueo, el «sótano» de La Pampa

La laguna de Callaqueo es un lugar poco conocido para muchos pampeanos. Está ubicada en el departamento Caleu-Caleu, bien al límite con la provincia de Buenos Aires, sobre la ruta provincial 32. En ese lugar, queda una vieja escuela, se trabaja con la extracción de sal y se refugian varias historias de nuestra provincia.





Platense




La laguna de Callaqueo tiene una particularidad: se encuentra a unos 38 metros por debajo del nivel del mar. Específicamente si se habla de la laguna (hoy salina) que lleva el nombre, junto a otras de drenaje centrípeto (aguas atraídas por pendiente natural hacia el centro de una laguna) como Chasicó (31 metros por debajo del nivel del mar) en la provincia de Buenos Aires y la Blanca Grande, conforman una depresión en lo que hace millones de años fueron parte de un paisaje marino.

El espacio geográfico de Callaqueo comprende además de su salina, médanos en donde gran parte del año se encuentran ojos de agua dulce y en parte salada, lugar utilizado por aficionados de cuatriciclos y otros vehículos deportivos.





Ahondando en la historia del lugar, el significado del nombre viene de: “calla” (palo puntiagudo con el que se hacen hoyos para sembrar o arrancar plantas con sus raíces) y “queo” (dar aviso de la presencia de algo o alguien).

De hecho, las historias de quienes viven en la Estancia Callaqueo (unas 10 mil hectáreas), cuentan que en estos se llevaron a cabo enfrentamientos entre los pueblos originarios quienes resistieron la llegada del blanco, en este sentido el alerta era constante ya que el agua dulce era un bien preciado así como lo fue la sal.

 

Pueblos originarios

Don Carlos Larminat, dueño de esta estancia desde 1993, cuenta que a partir de un libro de relatos, escrito hace unos cien años sobre esta estancia, los últimos pobladores originarios vivieron merodeando hasta el 1900, destacando la aparición en mediaciones al casco de la estancia de un “indiecito” el cual luego de un tiempo desapareció.

En uno de estos relatos, que aparecían en este libro, la historia de Don Simbrón, dueño del bar que se encontraba a unos metros de la salina, cuya tumba está emplazada en las inmediaciones de las ruinas de lo que fue un bar concurrido por la gente de la zona.

Este relato, del cual Carlos Larminat resalta que es una historia fantasiosa, pero con respeto frente a un difunto y a los años que lleva en el campo la hace tan verdadera que es tradición dejarle alguna flor por parte de los visitantes.

La historia por la que la gente le deja flores tiene un sentido, tal vez por lo que advierte Larminat y se encuentra escrito, la historia de don Simbrón, un gallego, y una mujer, oriunda de algún pueblo vecino.

Allá por inicios de siglo XX, esta zona era más concurrida, sobre todo si se necesitaba descansar y pasar un buen rato entre tragos y algún juego para seguir el paso, el bar de don Simbrón, hombre de gran contextura y respetado, pero cuando tomaba algún trago de más se volvía molesto.

Un día de esos se produjo un enfrentamiento con otro hombre que se encontraba en el lugar, luego de que Simbrón “provocara” a un señor, quien llevaba consigo un bastón y que tenía incrustado un puñal. La discusión subió de tono y el visitante hiere con su bastón a don Simbrón, atravesando su cuerpo hasta darle muerte.

 

Apariciones

Este relato conduce a otro que sucedió años más tarde en la misma zona. Un Ford T varado en medio del campo, en el cual se trasladaban tres personas, dos hombres y una mujer.

Los hombres, con el fin de buscar algún lugar con agua dejan a la mujer en el vehículo y en la espera, la mujer sedienta se encuentra con la aparición de un león o puma, asustada la mujer pide ayuda, en medio del monte, con altas temperaturas, a lo lejos salido de la brumosa vegetación, enmarcada en un paisaje seco reflejado por el sol, aparece un personaje con voz característica de España, quien vestía una capa y en medio se veía una gran mancha roja que posteriormente dicha mujer describe.

Este personaje hace correr al puma e inclusive la lleva a un lugar donde encontraría agua para consumir, llegando al bañado éste le agradece por las flores que ésta anteriormente había dejado en una tumba por la que anteriormente pasaron.

Al encuentro con sus compañeros de viaje, les cuenta de su situación con el hombre que desaparece entre la vegetación. Esta extraña situación lleva a que años posteriores la gente que pasa por el lugar le deje flores.

Ruinas y más

A pesar del abandono del “viejo Callaqueo”, de ese lugar lo que queda son ruinas, ubicándose al sudoeste de la laguna con el mismo nombre, hoy se visualizan ruinas de algunas viviendas y un pequeño arbolado de lo que fueron los tiempos de gloria, de las cosechas de sal, el transporte de la misma y un tanque de agua dulce, algo que en ese sector durante gran parte del año abundaba.

La flora de esta laguna en sus inmediaciones se parece a un paisaje andino nos recalca Larminat, como las festucas andinas, junquitos, entre cortaderas y otros arbustos de río, increíble, encontrándonos en el medio de un paisaje típico pampeano, rodeado de un bosque de caldenes y médanos.

Hoy, a pesar de que en la zona hay una crisis de producción en medio de un contexto económico nacional desfavorable, la laguna tuvo su cosecha anual desarrollada tanto la cosecha como el trasporte y su envasado por una empresa reconocida del rubro.

También en este lugar hubo una escuela, la 109, con alumnos de la zona, emplaza en la entrada a Callaqueo, firme como su mástil resistiendo al tiempo, rodeada de eucaliptus y ejemplares de pinos que resistieron al grave incendio que sacudió a la zona en el verano del 2017.

Callaqueo, desde la laguna hasta la propia estancia con don Carlos a la cabeza, don Larrondo, Alexis y Juan Cruz, se encargan de todos los quehaceres que requiere este campo bien al sur de la provincia, sus historias se mantienen vivas, su resguardo, que pareciera lo obvio, en estos tiempos, hacen de ello un lugar único.

 

Relato y fotos de Gabriel Orellano (estudiante del profesorado en Historia y de la Licenciatura en Turismo de la Unlpam. Además trabaja en la oficina de Turismo de La Adela) y Andrea Talone (Licenciada en Trabajo Social).


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