Hace unos 145 años, en el otoño de 1873, corría como un rayo por la pampa una noticia que golpeaba de lleno a las comunidades aborígenes: había fallecido, en su toldo, el toki Kalfukurá. Para la ceremonia del funeral, realizado durante varios días en los médanos que rodean la laguna de Chillhué o Chilihué, a casi 15 kilómetros al noreste del actual paraje Padre Buodo, llegaron caciques de todas las latitudes. Cinco años después, en el marco de la llamada Conquista del Desierto, integrantes del Ejército Argentino profanaron su tumba y se robaron su cráneo. Hoy las comunidades mapuches -de La Pampa, Neuquén, Río Negro y Buenos Aires, algunas de ellas con lazos sanguíneos directos del legendario jefe- intentan ponerse de acuerdo dónde se hará el enterratorio.
Calfucurá, Callvucurá, Callfucurá o Kalfukurá (del mapudungun Kallfükura, “piedra azul”; de kallfü, “azul”, y kura, “piedra”) había nacido cerca del 1770 posiblemente en Llaima (hoy una región de Chile). En la década de 1830 llegó al actual territorio pampeano, conformó la Confederación de Salinas Grandes y dominó el centro de la escena política y militar durante 40 años. Fue el más gran jefe mapuche -o “toki”, jefe de jefes- de este lado de la Cordillera de los Andes.
Se especulaba con la posibilidad de que la ceremonia de restitución se hiciera el lunes 3, al cumplirse un nuevo aniversario de su fallecimiento. Pero eso no ocurrió. “La figura del toki excede a la línea sanguínea y le corresponde a todo el pueblo mapuche decidir dónde, cuándo y cómo se hará la restitución de sus restos”, dice a Diario Textual el werke de la Comunidad Pillán Pullu We Eglentina Machado, Alberto Ardura.
Los restos han sido reclamados, en las últimas dos décadas, por media docena de comunidades. Los argumentos que imperaban eran dos: la línea sanguínea -definida por sus descendientes, la gran mayoría en Neuquén y algunos de los cuales se encuentran en provincia de Buenos Aires e incluso La Pampa- y la territorial -determinada por el pedido de que los restos de Kalfucurá vuelvan al Valle de Chillhué, donde está su tumba-.
¿Dónde corresponde que sean restituidos los restos? “Eso lo tienen que decidir nuestras autoridades filosóficas o ancentrales. Aún no se decidió. Lo que sí es que será enterrado según lo rige nuestra ceremonia del elwun”, dice Ardura. “Consideró que una figura como el toki es del todo el pueblo mapuche”.
Las comunidades, por lo pronto, acordaron reunirse a “fines de julio” en Santa Rosa. Entre otros puntos, ya han avanzado en la designación de la llamada “Ruta del Toki”, por diferentes puntos de La Pampa y las provincias vecinas: por ejemplo, Junín de los Andes, Bariloche, Choele Choele, Villarino y Trenque Lauquen.
El cráneo permanece en el Museo de La Plata. En una de esas salas se encuentra una caja en la que está escrito «Calfucurá».
Las autoridades nacionales, una vez que se acuerde, entregarán los restos a sus familiares y autoridades ancestrales. Posteriormente, en otra ceremonia, se hará el regreso de los restos a la “mapu” (tierra).
¿Es posible encontrar la tumba y volver el cráneo al mismo lugar? Por lo pronto, no se sabe el sitio exacto donde se encuentra el cementerio de la “dinastía de los piedra”. Pero se tiene una aproximación. El enterratorio original, según ha dicho el investigador Omar Lobos –autor de “Juan Calfucurá. Correspondencia 1854 – 1873”-, se encuentra a unos mil metros al norte de la laguna Chillhué, en una zona de médanos.
Las comunidades mapuches, sin embargo, serían reticentes a que se realicen excavaciones para dar con la tumba.
Kalfucurá -llamado por algunos como el “Atila de las Pampas” o incluso el “Napoleón de las Pampas”- tuvo durante cuatro décadas el control de las Salinas Grandes (en proximidades del actual Macachín), un punto estratégico de las «rastrilladas» -que eran las rutas comerciales mapuches en las pampas- como el dominio de la sal, sustancia fundamental en esa época para la conservación de la carne. Desde allí lideró numerosos y mortíferos malones. Pero también acordó y firmó tratados de paz con los jefes militares y presidentes de turno.
Murió a las 10 de la noche del 3 de junio de 1873. Así por lo menos lo informa, en dos cartas, su hijo Manuel Namuncurá, cuenta Omar Lobos.
Fue enterrado con su mejor caballo, sus mejores prendas de vestir, su apero, sus armas y botellas de bebidas. En noviembre de 1878 -cuando su hijo Manuel había sido desalojado de la zona y había huido a las Sierras de Lihué Calel- el Ejército llegó a Chillhué. Los baqueanos -algunos de ellos “indios amigos”- informaron que allí estaba el cementerio de los “curá”.
Entre la laguna y una gran cadena de médanos se levanta uno más pequeño, que durante el día queda envuelto en la sombra de los más altos y le da un aspecto sombrío. Es el llamado “Médano Negro”. Finalmente, luego de excavar, encontraron una tumba y perturbaron el sueño del toki: debajo de tablones de algarrobo, hallaron sus restos, junto a todo lo necesario para el viaje al “otro lado”.
Estanislao Zeballos describe, a partir del testimonio del teniente Nicolás Levalle, cómo fue el hallazgo. “¿Quién era el difunto tan distinguido y lujosamente sepultado? No era fácil saberlo; pero por el hilo se saca el ovillo. Sobre la primera capa de tierra estaban los huesos secos de un caballo. Era el parejero de batalla del finado, que había sido enterrado con su amo en la misma sepultura”, cuenta. “A la derecha y cerca de los huesos de la mano se veían dos espadas rotas. Con el cráneo del caballo relumbraban las cabezadas de plata que fueron recogidas en fragmentos. Entre las espadas había una dragona de oro, ya destruida; pero que hubo de ser muy rica. El finado vestía uniforme de general según las presillas de la blusa reducida a polvo. Los pantalones tuvieron una lujosa guarda de oro, que también se conservaba mal. Complementaban la mortaja unas botas de cuero de lobo, no menos deterioradas. A los pies se veía otro par de botas idéntico al que calzaba el finado; y formando un semicírculo unas veinte botellas de anís, caña, ginebra, aguardiente, pulcú o licor de manzanas, coñac y agua. Caballo, armas y bebidas: todo para el viaje de la otra vida, lo que revela que estos indios, como casi todos los indígenas, conservan una noción oscura de la inmortalidad del alma”.
“Tal fue el hallazgo descollante del cementerio de Chilihué”, dice. “¿Quién era el muerto que con tanto lujo había vivido? Era inútil preguntarlo porque nadie lo sabía. El teniente Levalle empaquetó las prendas y se guardó el cráneo del finado, dando por concluida su campaña. Los indios amigos supieron con terror lo que había pasado y uno de ellos pronunció una palabra que fue un rayo de luz: ‘Callvucurá’, había dicho. Y revisando las prendas de plata se leyó en el cabezal del freno: ¡’Cacique Callvucurá’!”.
El cráneo, que como «trofeo de guerra» se mostró por años en las vitrinas del Museo de La Plata, hoy espera por su vuelta.