Brian tiene seis meses, tiene una, dos, tres frazadas que lo cubren y tiene hambre y frío. Mucho frío. Son las 8.30 horas de este miércoles 10 y está con su mamá, Claudia, dentro de una carpa en el asentamiento El Nuevo Salitral que se ubica en el noroeste de Santa Rosa. Intenta dormir. Afuera -sobre la calle Duval, justo enfrente de la toma de agua para los camiones regadores- hay escarcha. El sol, en el horizonte, aún no ha comenzado a calentar.
Alexis Ortiz, de 37 años, es el padre de Brian y se ha levantado hace unos minutos. Dice que tiene otros nenes. «Tienen 7, 8 y 14 años y se han quedado en casas de familiares», cuenta a Diario Textual.
Los Ortiz son una de las entre 50 y 80 familias -depende a quién se le pregunta- que ha decidido tomar terrenos municipales de Santa Rosa, ante el agravamiento de la crisis social: la gran mayoría ya no puede pagar sus alquileres y ha sido o está por ser desalojados.
La situación es sumamente preocupante. Se calcula que hay, entre adultos y niños, unas 400 personas que se han asentado o se están asentando en un sector que, desde la municipalidad, advierten que es inundable y, por eso, inhabitable.
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En el último mes -pero principalmente en los últimos siete días- han subdividido los terrenos con palos y alambres, han cortado o quemado el pasto y han levantado todo tipo de construcciones precarias: carpas, chozas y ranchos. Algunos, incluso, duermen en autos o hasta colectivos abandonados.
Alexis dice que no le queda otra. Que lo echaron de su trabajo, que inspectores comunales le retuvieron la moto con la que hacía changas de cadete y que ahora no tiene plata para retirarla, que no le dieron casa en el Ipav, que no tiene dinero ni para comprar un paquete de fideos y que no tiene dónde caerse muerto. «Menos mal que la gente es buena y me ha prestado dos carpas», dice. «Yo quiero tener un hogar para mis nenes».
Son las 8.45 horas y Natalia Svendsen, de 22 años, enciende el fuego a la intemperie. Todo a su alrededor es escarcha. Su rancho es de chapa y nylon. La puerta es de madera. “Anoche se quedó mi marido y ahora, como se tuvo que ir a trabajar de albañil, me quedé a cuidar yo el terreno”, dice.
Ellos tienen dos nenes, de 5 y 3 años de edad. Están, ahora, con su abuela.
“Estamos alquilando una piecita chiquita con baño, por 3 mil pesos. Pero se nos complica pagar”, dice. «Estamos anotados en el Ipav para que nos den una casa, pero no nos tocó».
Abre la puerta de su rancho de chapas y hay un colchón, camperas, una carretilla, un bidón con agua y pasto quemado por la escarcha. “Mi marido ya consiguió ladrillos y va a hacer una estufa de material”, cuenta. “Acá va a estar nuestra casa”, se esperanza.
Verónica Bello, de 27 años, está desde el sábado ocupando una porción de tierra al lado de un gran charco de agua, sobre la Duval. Ahora, cuando la temperatura es de uno o dos grados bajo cero, se cubre con una frazada y se acomoda al lado de una fogata. Su padre le ha traído agua caliente y está tomando mates.
A su lado, está una construcción de nylon, troncos, chapas y cañas. Adentro una carpa.
Verónica tiene tres nenes, de 7, 5 y 3 años de edad. “Alquilo por 6 mil pesos y con el trabajo de masajista que hago no me alcanza”, cuenta.
La historia de Verónica es la historia de decenas de otras mujeres de la ciudad. “Tengo sola a mis nenes y estoy anotada en el Ipav desde el 2012, pero no me tocó la casa”, dice.
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