Son las 12 en punto de este sábado y en el frente del terreno, sobre un poste, hay una sombrilla. Allí, sobre la calle Duval, Graciela Insaurralde tomó hace unos días una porción de tierra de lo que se llama el asentamiento El Nuevo Salitral y donde hoy conviven entre 130 y 150 familias de Santa Rosa. Allí construyó, con su familia, un toldo con chapas, postes y nylon. Allí, desde hace unos días, ha comenzado a organizar comidas y chocolatadas -muchas veces con dinero de su propio bolsillo-.
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Hoy Graciela está junto a Carina Arenas. Es una amiga, que no está tomando terrenos pero que sabe de sufrimientos. «Yo tengo mi casita, pero vine a ayudar a Graciela porque yo sí que la pasé mal y sé lo que es pasarla mal», dice a Diario Textual, mientras sirve una porción de guiso a un nene de unos 7 años que llegó con su tuper y su hambre. «Yo viví, y sufrí, dentro de un galpón. Yo sé lo que es sufrir», insiste.
Este sábado, a las 16 horas, estas amigas tienen pensado organizar una chocolatada para los niños y las niñas del lugar. «Si alguien puede, recibimos donaciones. Las donaciones, que se queden tranquilos, las damos a los que necesitan. Y acá se necesita y mucho», cuenta Graciela.
Son las 12.20 y a unos 150 metros más hacia el oeste, cerca de la Isla de los Niños, hay niños que no juegan: revuelven ropa. Hay un grupo de personas que han traído donaciones: son el geólogo Gustavo Fabregas y el director de coros Mario Figueroa, que dejan bolsas y cajas con ropa. «La situación es dramática», dice Mario.
Víctor Balquinta, de 33 años, hace fuego y un pedido. «Si podés, poné en el diario que necesitamos baños químicos», solicita. «Eso, baños químicos», dice Viviana Sosa, desde otro terreno.
El reclamo se repite en otros lugares: que el Estado provincial o la municipalidad atienda la situación sanitaria y ayude con baños. Por ahora la única opción es ir al «aire libre», entre los yuyos y los tamariscos.
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