Jesús Iván Fernández cumple este sábado 34 años de edad. Esta vez dice que lo está disfrutando. “Yo odiaba los cumpleaños”, cuenta, luego de que Diario Textual lo contactara por un mensaje que se viralizó en Facebook.
Jesús es un conocido militante social, político y sindical del oeste pampeano. Se lo reconoce por su compromiso con la escuela pública y los alumnos y por su ayuda desinteresada. En su camioneta, generalmente los fines de semana, recorre a los puesteros y sus familias -muchas veces olvidados- para tenderles una mano. “Son mis peñis, mis hermanos”, dice, quien se reconoce que por sus venas corre sangre ranquel.
Su mamá es Rosalía Frías, quien le dio diez hermanos y los crió prácticamente en soledad. El nació en Victorica. “En realidad, me llevaron a nacer en Victorica por falta de comodidades hospitaliarias en Santa Isabel”, cuenta.
Estudio la primaria y la secundaria en el pueblo. Y luego se fue a Pico a estudiar profesorado en Educación Física. “Yo no tenía posibilidades de estudiar o tener un título. Solo pude porque me fui a la casa de un hermano y su familia. Después alquilé con unos amigos. Trabajaba y estudiaba. De albañilería, lavando autos y camiones, de cartero, vendiendo productos Biogreen, de arbitraje y de profesor de atletismo. Me costó, pero también lo disfruté», dice.
Volvió a Santa Isabel y hoy es docente en los colegios secundarios El Bardino (Santa Isabel) y Aguilas del Oeste (Algarrobo del Aguila). Tiene dos nenes, Morena (10) y Catriel (2). Además, hace una semana se casó con María Ayelén Alcaraz Echeveste.
El siguiente es el mensaje, emocionante, que hoy escribió en su cuenta de Facebook:
Cuando niño llegué a odiar los cumpleaños. Casi hasta el día de hoy. Nací y nos criamos con 10 hermanos mas, era casi imposible o un milagro ver una torta de cumpleaños o un bizcochuelo en casa.
Alguna vez mi hermanita María Cristina, que ahora vive y nos cuida desde el cielo, y/o mi hermana Elda, cuando era el cumple de alguno de nosotros, nos hacía en una fuente algo así como una choco masitas, no sé cómo se la ingeniaba pero eran gelletitas y dulce de leche. Ella pensaba que, de última, pudiéramos comer algo dulce. Un día mamá se las ingenió y recuerdo le cantamos el cumpleaños 12 a mi hermano Polo con un buen puchero con papas. Ellas lo hacían ver especial a ese día. No sé cómo hacían.
Llegaban, a su vez, las invitaciones de amigos de escuela a su festejo de cumpleaños y era ahí también donde yo odiaba esos días porque todos o casi todos llevaban regalos y ropa limpia y nueva. Menos nosotros. Alguna vez teníamos que inventar la excusa de que nos íbamos al campo, pero era para no decir que no íbamos porque no queríamos aparecer sin un regalo. Mamá se daba cuenta que a nosotros nos urgía un apuro y de última nos mandaba a sacar fiado un desodorante, un portarretratos, una ropita barata o algo que, a su vez, nos dolía regalar porque en realidad hacia más falta en casa. La idea era pasarla lindo y comer eso tan rico que hacían otras mamá, la torta…
La cuestión es que todo eso me marcó. Yo odiaba los cumpleaños. Hoy puedo entenderlo mejor. No era fácil comprender a esa edad la pobreza. Pero ese día algo especial se sentía aunque solo fuera tomar una simple taza de leche de chiva con torta frita.
La cuestión es que no aprendí nunca la parte emotiva o expresiva o de agradecimiento facial ni corporal o con palabras ante esas cosas o esos momentos de recibir algo porque no las viví. Pero sepan y van estas palabras desde lo más profundo de mi niñez regocijada y emocionada por sus saludos por recordar, que significa volver a traer al corazón sus saludos y mis agradecimientos a cada uno de ustedes por tomarse un tiempito.
