Este jueves tres misiles impactaron contra un convoy que transportaba altos cargos iraníes cerca de la terminal de carga aérea del aeropuerto internacional de Bagdad. Entre ellos estaba Qassem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds -una unidad de élite del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica-, que murió en ese ataque. El Pentágono confirmó que los ataques fueron dirigidos contra objetivos vinculados con Irán.
La Embajada de EE.UU. en la capital iraquí, Bagdad, instó a todos sus ciudadanos a abandonar el país inmediatamente. «Los ciudadanos estadounidenses deben partir a través de una aerolínea mientras sea posible y, en su defecto, a otros países por tierra», señalaron en una alerta de seguridad.
El jefe del Gobierno de transición iraquí, Adel Abdul Mahdi, condenó el ataque con misiles de EE.UU. contra Bagdad. El primer ministro ha tachado este bombardeo de violación de las condiciones de presencia de las tropas estadounidenses en Irak.
«Operaciones de este tipo, para eliminar a los comandantes de Irak y otros países fraternos, son una grave violación de la soberanía de Irak», dijo. Asimismo, ha señalado que estas medidas de EE.UU. «han incendiado la mecha de una guerra devastadora en Irak, la región y el mundo».
Soleimani, de 62 años, no era un general más, sino el mayor estratega de los ayatolás, hombre de enorme carisma y credibilidad entre los líderes religiosos, llamado a ocupar altos cargos en el Gobierno en un futuro cercano. Hasta hoy lideraba el ala de operaciones exteriores de la Guardia Revolucionaria. Era un hombre clave para mantener el control en la región, presente sobre el terreno para supervisar la labor de las milicias respaldadas por su régimen.