La periodista Karina Micheletto, de Página/12, hizo una comparación de lo que fue en su momento el “asado del siglo” en Victorica durante la dictadura militar y el asado a los “87 héroes” que votaron contra los jubilados organizado recientemente por el presidente Javier Milei y al cual asistieron dos pampeanos.
El 12 de febrero de 1982 el entonces presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri protagonizó lo que aún es recordado como “el asado del siglo”: una alucinada comilona que pretendía legitimar al general que un par de meses atrás había reemplazado al dictador anterior, Roberto Viola, en medio del escandaloso derrape económico, la feroz interna de la Junta Militar instalada en el poder, el malestar social que ya empezaba a expresarse en algunas manifestaciones reprimidas en las calles, y denuncias por las gravísimas violaciones a los derechos humanos multiplicándose en todo el mundo.
Todo transcurrió y fue debidamente registrado en el pequeño pueblo pampeano de Victorica, que quedó para siempre pegado a la historia de aquel “Asado de Victorica”. Dos meses después, los esfuerzos de legitimación popular adquirirían nuevas consecuencias trágicas cuando el genocida bendecido como “general majestuoso” por el asesor de Seguridad Nacional de Ronald Reagan, Richard Allen, embarcara al país en la Guerra por Malvinas.
La excusa del asado que buscaba romper récords fue la celebración del centenario de un pueblo orgulloso de haber sido “punta de lanza” contra el indio, frontera iniciática de la barbarie, el primer pueblo fundado por el Ejército en territorio nacional, el lugar “Donde nació La Pampa”, como se sigue presentando.
Galtieri iba detrás de su proyecto político personal: se sentía llamado a liderar la salida política que buscaba la dictadura. Mientras germinaba la Multisectorial, la Junta Militar ya había impulsado el Movimiento de Opinión Nacional (MON), la fuerza civil y militar con que planeaban continuar en el poder de otro modo, perpetuando los valores del “Proceso”. El célebre asado tenía como invitados especiales a una decena de gobernadores enrolados en aquel proyecto.
El Asado de Victorica revolucionó completamente al enclave agropecuario: de tener menos de 3 mil habitantes pasó a alojar por un día a más de 10 mil comensales, y todas su fuerzas vivas, más las que llegaron con la debida antelación, se abocaron al cumplimiento de esta orden.
El Presidente y su exorbitada comitiva -incluida una nutrida delegación de prensa- llegaron en los aviones Tango 01 y 02; también se despejó la estación de ferrocarril y sus adyacencias para que funcione como helipuerto y base de operaciones de las custodias militares.
Desde los pueblos vecinos llevaron en tren escuelas completas; las rutas provinciales se intervinieron totalmente y en general el pueblo de pocas manzanas, a 150 kilómetros de la ciudad de Santa Rosa y a 30 del límite con la Provincia de San Luis, se “usó” para el asado, con todas sus instalaciones destinadas a ello.
Todo se desarrolló en la ancha llanura del Parque Los Pisaderos, que guarda el recuerdo del sitio donde se ubicó el fortín de la Campaña al Desierto. Allí se levantó una carpa de 14 mil metros cuadrados para albergar a los comensales.
Las crónicas de la época recogen que durante el festejo se consumieron 7 mil kilos de carne, 2 mil kilos de chorizos, 400 mil kilos de leña, 3 mil kilos de pan, otro tanto de tomates, 5 mil litros de vino, 13 mil helados. Unos 600 asadores ataviados como gauchos se ocuparon de las kilométricas parrillas y otros 600 camareros impecablemente vestidos de blanco entre la asolada aridez de la Pampa sirvieron el pantagruélico almuerzo a los más de 10 mil invitados.
Además de dar un encendido discurso en el que agradeció a los “héroes de la patria” de la época y ligó aquel presente con la llamada Conquista del Desierto, Galtieri no se privó del show previo ingresando al parque aparatosamente encaramado a un Jeep, para desde allí pasar revista a los invitados. Lo escoltó un centenar de gauchos a caballo. Hubo acrobacias de la Fuerza Aérea y el viento pampeano hizo que un paracaidista cayera a solo 3 metros del palco, casi arriba del Presidente. Años después, el hombre supo que durante esos interminables minutos tuvo francotiradores apuntándolo como posible subversivo aéreo.
Los medios de la época reflejaron en abundantes páginas el bacanal festín, sobre todo las revistas, con gran despliegue fotográfico: Gente, Somos, Siete días, Radiolandia, dedicaron varias páginas al evento. “Asado de Victorica: Un desafío para Galtieri”, titulaba la primera. El corresponsal de El País de España mencionaba la disparidad entre el “espectacular banquete” y la política de austeridad que Galteri promocionaba ante la crisis, con gestos como negarse a vivir en Olivos.
Todo sucedió mientras la dictadura avanzaba en un genocidio planificado del que ya había demasiadas pistas y denuncias dentro y fuera del país (los organismos de derechos humanos, de hecho, ya habían organizado dos marchas recientes, debidamente reprimidas y omitidas por los medios).
Y mientras la realidad avanzaba de acuerdo al rumbo del plan económico trazado: inflación de más del 130 por ciento, desempleo creciente, sucesivas devaluaciones, corridas del dólar, fuga de divisas, reservas cada vez más escasas, aumento de la deuda externa.
La dictadura había eliminado en 1980 los aportes patronales para las jubilaciones. Los reemplazó por recursos públicos a través de la ampliación del Impuesto al Valor Agregado (IVA), provocando una gigantesca transferencia de recursos y un gran descalabro financiero. En 1983 se volverían a implementar, aunque con una alícuota menor. El IVA nunca bajaría.
El Asado de Victorica quedó en la memoria popular como un grotesco del orden de lo infame. Una idea tan a contramano del espanto de la realidad circundante que se volvió, en sí misma, espantosa. El principio de un fin que se desencadenaría muy pronto.
Cuatro décadas después, otro asado se estampa ante los ojos de las y los argentinos como un cachetazo, con demasiadas similitudes alrededor. Carga también el peso de lo infame, lo grotesco, lo espantoso.
Un detalle lo vuelve aún más extremo: Galtieri tuvo el gesto de invitar a su asado a los vecinos de Victorica y alrededores (a esa gente sólo se le pedía que llevaran sus utensilios, cuentan las crónicas de la época).
Milei no guarda ni ese recato. El asado es para sus héroes, y el resto la ñata contra el vidrio. Es posible percibir en tiempo real que la historia ya le reserva su lugar en la galería del espanto.
A diferencia de la dictadura, el gobierno libertario no ahorra gestos ni esfuerzos en la exhibición de su crueldad.