Por Juan Pablo Neveu
En un mundo donde la tecnología avanza a un ritmo vertiginoso, surge un interrogante: ¿Puede la inteligencia artificial, con su promesa de eficiencia y precisión, reemplazar el rol docente? En este escenario se confrontan dos visiones opuestas: el riesgo de reducir la enseñanza a un automatismo de respuestas predecibles, frente a la posibilidad de enriquecer la educación mediante un uso pedagógico estratégico. Más que un reemplazo, la IA se configura como un recurso para personalizar aprendizajes, facilitar la exploración de múltiples perspectivas y generar escenarios interactivos que estimulen la curiosidad y el pensamiento crítico. De este modo, la posibilidad de aprender trasciende la simple generación de contenido.
Mariana Ferrarelli, profesora de la Universidad de San Andrés y especialista en IA, afirmó en una conversación para LaborIA:
“La verdadera revolución en el aula se produce cuando la inteligencia artificial se utiliza para potenciar la capacidad de cuestionar, crear y conectar de los estudiantes, sin sustituir esa chispa humana que es insustituible en el aprendizaje.”
Estas palabras invitan a dejar atrás el uso “básico” de la tecnología —el mero copiar y pegar sin repreguntar ni reelaborar— y a adoptar un uso “transformador”, en el que la IA no actúa como un simple automatismo, sino como una herramienta para ampliar el horizonte del aprendizaje. Se delega el hacer, pero nunca se renuncia al arte de pensar, ya que en la interacción reflexiva con la tecnología se pone en valor la verdadera inteligencia humana. Además, se reconoce que también existe una inteligencia en el cuerpo que las máquinas no pueden emular.
Cada aula puede convertirse en un laboratorio de ideas y experimentación. Imaginen instituciones educativas distribuidas por toda La Pampa, donde estudiantes, guiados por sus docentes y en colaboración con asistentes de IA generativa, desarrollan proyectos de investigación que amplían fronteras del conocimiento y multiplican las posibilidades de aprendizaje. Plataformas interactivas y entregas multimodales —que combinan texto, audio y video— permiten experiencias adaptadas a cada estilo de aprendizaje. La tecnología favorece la exploración en áreas como el diseño, la producción multimedia y la narración digital, estimulando tanto la creatividad individual como el trabajo en equipo. Asimismo, una retroalimentación inmediata orienta a las y los estudiantes en su proceso educativo sin desplazar la labor docente.
No obstante, en medio de estas oportunidades, resuena la advertencia del escritor y filósofo francés Éric Sadin:
“No es la raza humana lo que está en peligro, sino la figura humana, dotada de la facultad de juzgar y de actuar libremente y a conciencia.”
Este llamado interpela a la educación: ¿Cómo aseguramos que la IA contribuya a expandir nuestras capacidades en lugar de debilitarlas? La respuesta no reside únicamente en regulaciones sobre privacidad y transparencia —como enfatiza Stefania Giannini, de la UNESCO—, sino también en fortalecer la autonomía intelectual y la capacidad crítica de quienes aprenden. Del mismo modo, el investigador y especialista en nuevas tecnologías y educación, Cristóbal Cobo Romaní, destaca la importancia de enfocar la enseñanza en habilidades intrínsecamente humanas —el pensamiento crítico, la creatividad y la empatía—, cualidades que ninguna máquina puede replicar íntegramente y que deben potenciarse en un mundo cada vez más dominado por la IA.
Algunas instituciones ya han comenzado a aplicar estos principios mediante talleres inmersivos en los que el profesorado trabaja con casos reales: desde la generación de contenido asistido por IA hasta el análisis de datos de encuestas. Estas experiencias, combinadas con redes de intercambio y formación continua, demuestran que la figura humana y la tecnología computacional pueden coexistir y potenciarse mutuamente en la enseñanza y el aprendizaje.
En esta era digital, donde la IA se presenta como una herramienta poderosa, la verdadera fuerza transformadora sigue siendo la figura humana. Al permitir que la IA asuma tareas mecánicas, las y los docentes pueden concentrarse en lo esencial: construir un sentido pedagógico, inspirar y expandir sus prácticas. Solo al combinar la capacidad de las máquinas con la insustituible chispa del ser humano se forjará un futuro educativo en el que cada aula se convierta en un faro de conocimiento