Javier Milei y Victoria Villarruel volvieron a compartir un acto oficial luego de dos meses sin aparecer juntos en público. Si bien en la previa se habían tejido un sinfín de especulaciones sobre la relación entre el presidente de la Nación y su vice, bastaron un par de minutos para reflejar lo que se sabe desde hace tiempo: el vínculo está roto. Luego de arribar a la Catedral Metropolitana junto a los miembros de su gabinete y la secretaria general de la Presidencia, Karina Milei, el mandatario decidió no saludar a la vicepresidenta. Lo mismo hizo con el jefe de Gobierno porteño, Jorge Macri, a quien le negó el saludo, cuando una de las principales figuras del PRO se acercó al líder libertario.
Las diferencias con lo ocurrido el año pasado son notorias. Es que el presidente y su vice llegaron por separado para participar de la celebración. Tampoco hubo caminata conjunta desde la Casa Rosada hasta la Catedral, tal como ocurrió en 2024. En esta ocasión, Milei eligió arribar con sus ministros y Villarruel llegó por su cuenta.
La ceremonia religiosa, que comenzó a las 9 de la mañana y fue la primera desde el fallecimiento del papa Francisco volvió a reflejar la frialdad entre Milei y Villarruel, aunque no sorprendió a nadie. En la previa, tanto desde Casa Rosada como desde el entorno de la vicepresidenta habían admitido que el vínculo entre ambos atraviesa un desgaste evidente.
Por su parte, el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge García Cuerva, cuestionó con dureza el clima de agresión, desprecio y violencia verbal que (según expresó) atraviesa a la sociedad argentina. “Hay quienes se burlan de Jesús”, advirtió en su homilía, y agregó que “son los haters de aquella época, los que difaman, desprecian o critican destructivamente a una persona, entidad u obra”.
Sin mencionar explícitamente al Gobierno ni a actores políticos puntuales, García Cuerva habló de un “terrorismo de las redes”, en línea con expresiones similares del papa Francisco. “Hemos pasado todos los límites: la descalificación, el destrato y la difamación parecen moneda corriente”, señaló, en lo que fue interpretado por muchos como una advertencia sobre el nivel de violencia simbólica que atraviesa la vida pública argentina.
“Venimos a pedirle a Dios que nuestra Argentina se cure y viva. Experimentamos que se está muriendo la fraternidad, la tolerancia, el respeto. Y si se mueren esos valores, se muere un poco el futuro, y se muere la esperanza de forjar una Argentina unida, una Patria de hermanos”, inició su discurso el arzobispo.
“Nuestro país también sangra”, advirtió el Arzobispo porteño. Y habló del narcotráfico, de las personas en situación de calle, de la discapacidad y los jubilados. “Tantos hermanos que sufren la marginalidad y la exclusión, tantos adolescentes y jóvenes víctimas del narcotráfico que, en algunos barrios, es un Estado paralelo. Tantas personas que están en situación de calle, tantas familias que sufren las inundaciones, las personas con discapacidad. Tantas madres que ya no saben qué hacer y cómo evitar que sus hijos caigan en las drogas y las garras del juego. Y los jubilados que merecen una vida digna con acceso a los remedios y a la alimentación. Herida esta que sigue abierta y sangra hace años, pero que como sociedad tenemos que curarla pronto”, comentó.
