La aparición de carteles con la inscripción “Verna traidor” en General Pico, una imagen impensada hasta hace muy poco en la ciudad considerada la capital política del vernismo, expone un síntoma visible de lo que comenzó a definirse luego de las elecciones legislativas del domingo 26 de octubre: el poder de influencia del exgobernador Carlos Verna dentro del peronismo provincial empieza a debilitarse y parece quedar cada vez más acotado a su ciudad de origen, donde hoy ya se expresan señales de descontento o cuestionamiento hacia su figura.
El resultado electoral del 26 de octubre marcó un quiebre. El Partido Justicialista ganó con el 44 por ciento de los votos frente a la lista del presidente Javier Milei, lo que exhibió que la capacidad de daño o de boicot del vernismo fue menor que en otras elecciones. Esa estrategia ya había quedado demostrada en 2013, cuando durante el gobierno de Oscar Mario Jorge se afirmó que el sector de Verna apoyó al candidato del PRO, Carlos Mac Allister, e hizo perder un diputado al peronismo. O en 2021, cuando anunciaron que no trabajarían para la lista oficialista impulsada por el gobernador Sergio Ziliotto y posteriormente el PJ terminó perdiendo.
En esta elección, el justicialismo se impuso con una diferencia ajustada pero suficiente, gracias al trabajo territorial de la mayoría de los intendentes. Solo se verificaron comportamientos disidentes en localidades gobernadas por jefes comunales no alineados al gobernador, como Adriana García en Winifreda, Ariel Mauna en Chacharramendi y Gustavo Pérez de Anchorena, donde el PJ terminó perdiendo pese a tener históricamente ventaja, incluso frente a una oposición dividida. Jefes comunales contados y con escasos votos.
Otro indicador de pérdida de peso político fue la reacción posterior ante las declaraciones de Verna durante la jornada electoral. Si bien generó revuelo ese domingo, en otros tiempos, los dichos del exgobernador, el mismo día de la votación, tenían un impacto inmediato y repercutían en el resultado del oficialismo provincial. Esta vez, pese a sus críticas directas -incluyendo un fuerte cuestionamiento al secretario general de la Gobernación, José Vanini-, el efecto fue nulo: ni el resultado global se vio alterado ni hubo renuncias ni crisis interna en el Ejecutivo.
Luego de la derrota de la lista oficialista en General Pico, algo previsto, el vernismo volvió a la ofensiva desde la Legislatura, con sus diputados retomando ataques contra la gestión provincial con el debate por la licitación del área petrolera El Medanito y contra la conducción del bloque justicialista. Esa reacción confirmó la pérdida de capacidad de presión previa: el sector ya no pudo condicionar la elección y ahora intenta recuperar protagonismo desde la disputa institucional.
La colocación de carteles con la leyenda “Verna traidor” en su propio territorio político profundiza esa lectura. No solo porque hasta hace poco nadie se hubiera animado a hacerlo en la ciudad donde la figura de Verna era intocable, sino porque no se registraba una crítica pública de ese nivel hacia el exgobernador desde los años 90, cuando tras la derrota del peronismo en 1999 -durante la gestión del entonces gobernador Rubén Marín– parte del partido llegó a reclamar su expulsión por haber jugado en contra.
El episodio actual no solo es un hecho simbólico, sino también político: el liderazgo territorial de Verna ya no provoca adhesiones automáticas, ni temores inmediatos, ni respuestas disciplinadas en el peronismo. Su capacidad de condicionamiento quedó reducida, su espacio se replegó a General Pico y las señales de desgaste comenzaron a ser públicas.


												