Por Norberto G. Asquini
Welcame to the jungle canta Axl Rose al hablar sobre una realidad cruda y salvaje, en la que todo se compra y se corrompe, de Los Angeles de los 90. Y bienvenidos a la jungla podemos decir sobre este fin de año cuando el ajuste y la recesión del gobierno libertario de Javier Milei finalmente golpean de lleno a La Pampa.
El dique de contención del gobierno peronista parece ceder después de dos años de una política de resistencia frente a la motosierra y frente al ajuste que implicó la apropiación de recursos de las provincias (y que dejó a muchas al borde de la quiebra). Las consecuencias empiezan a sentirse con fuerza en un territorio que, hasta ahora, había logrado sortear la tormenta gracias a una administración equilibrada y sin déficit, como suele destacar el peronismo pampeano.
No es la primera vez con una realidad semejante tras cuatro décadas de gobiernos del PJ. Ya ocurrió a comienzos de los 90, volvió a repetirse a inicios de los 2000 y, otra vez, los nubarrones se acercan. Y esta vez no son anuncios: se ven en la conflictividad creciente, en señales que se acumulan, en un clima que ya cambió. Tarjetas saturadas, gastos que se recortan, changas que no sale, clientes que no llegan, hechos delictivos que se van a intensificar.
Lo más evidente es la recesión. La Pampa no la sufre con la intensidad de otras provincias por dos motivos: la fortaleza del campo, que sigue generando divisas, y una industrialización no tan intensiva, que amortigua el parate fabril que golpea al país. Sin embargo, el impacto ya está a la vista, especialmente en el comercio, donde la caída del consumo empieza a sentirse y, como todos anticipan, se profundizará después del verano.
La actividad se enfría, la recaudación cae y la caja provincial empieza a mostrar tensiones. La provincia sostiene todavía el equilibrio, pero cada vez con más esfuerzo. Y ese esfuerzo es doble: por un lado, la caída de recursos nacionales producto del ajuste; por otro, gastos ineludibles como el déficit de la Caja de Previsión, que la Nación dejó de cubrir y que debe afrontar íntegramente el gobierno provincial.
De la resistencia, se pasó a la asfixia. La paritaria actual marcó un punto de inflexión. Como escribió Diario Textual, La Pampa entró en una “economía de guerra”: administrar lo poco que se genera, cuidar cada peso. Y los gestos del Gobierno lo confirman. Este verano, la administración pública reducirá su horario para ahorrar energía y gastos operativos. Versiones indican que se analiza no pagar el bono de fin de año y para el aguinaldo hacerlo separado del salario. Señales claras de que la caja no resiste más presión. La Corte Suprema podría darle con su decisión en estos días un respiro al darle la razón, que la tiene, al gobierno pampeano sobre la deuda por las cajas previsionales provinciales, pero solo será eso, un respiro.
Todo esto inevitablemente acelera la conflictividad. El caso más visible es el de la docencia. La conducción sindical de Utelpa, más moderada con el Gobierno, ahora debe responder a la presión de sus bases que reclaman mejoras salariales, mientras que las agrupaciones opositoras -libertarios por derecha, la izquierda siempre en modo duro- aprovechan el contexto para tensionar aún más. En educación, el frente gremial ya es un territorio con múltiples actores y demandas difíciles de conciliar.
El fin de año encuentra al gobierno provincial en una etapa de ahogo, mejor parado que otras provincias, pero observando preocupado lo que se viene en 2027: problemas salariales crecientes, una recesión que golpeará más fuerte, una conflictividad que se expande y, sobre todo, un Gobierno nacional envalentonado por sus resultados electorales, dispuesto a mantener a las provincias como rehenes de su ajuste.
Ya estamos en la jungla. Y nadie sabe todavía cuán espesa será.
