La ciudad balnearia de Villa Gesell fue escenario el sábado del brutal crimen de Fernando Báez Sosa, un joven de 18 años que fue golpeado hasta morir en la vía pública por una decena de jóvenes integrantes de un equipo de rugby de la localidad bonaerense de Zárate. El caso conmovió a la opinión pública y disparó preguntas que interpelan a la sociedad.
Para el psicólogo Santiago Corro Molas, la “falla inicial” que suele promover estos casos de violencia se debe buscar en la familia por la falta de límites.
Describió que en los grupos de rugbiers, por ejemplo, los “códigos y los valores” representan una de las cuestiones primarias que se fomentan. “Pero la falta de límites provoca que no haya ningún tipo de control en estos grupos, por lo general violentos, que no canalizan adecuadamente esa violencia”, aseguró. “Porque una cosa es dentro de una cancha, en un partido con determinados códigos y reglas, y otra cuestión es aplicar la violencia en un ámbito público donde además está la ingesta de alcohol, pastillas, etcétera”, acotó el profesional, para quien el “grado de intoxicación” en estos jóvenes es muy complicado porque genera riegos para ocasionales terceros.
El especialista dijo que el asesinato de Villa Gesell tiene que ver con una “cuestión más machista” de la sociedad argentina, donde lo que vale es ver quién es el más fuerte, el que más puede, el que más fuerza tiene para desarrollar cualquier cosa sin importar el otro. “Hay una falta de valorización del otro, que no existe, y es alguien que debe ser destrozado. Lamentablemente este tipo de agresiones suceden cada más en todos los ámbitos”, advirtió. “La vulnerabilidad social que padecemos por la falta del cuidado del otro es terrible. Si a eso le sumamos las adicciones y descontento social es un combo explosivo”.
“Se actúa en pos del grupo. La pertenencia hace que uno actúe, más allá de estar o no de acuerdo, y sea parte del juego. Desafortunadamente siempre tiene que ver con las cuestiones más tóxicas. Eso guarda relación con aquello ‘que el otro no te cuida’. El otro, que son todos, te hace actuar en algo que generalmente finaliza mal”, explicó el psicoanalista, en alusión al ataque en manada de los rugbiers.
Corro Molas, quien desde 1998 es director asistencial del programa social Guadalupe, dedicado al tratamiento de rehabilitación de adicciones, opinó que la solución empieza por la educación. Afirmó que uno de los puntos es que los padres entiendan que a los “chicos hay que ponerles límites”, entendiendo que ahora son chicos hasta los 30 años y no hasta los 16, como antes. La falta de independencia y la independencia entre comillas de jóvenes que rondan los 30 años sin un proyecto de vida, pero que siguen viviendo gracias al esfuerzo de sus padres hace que determinadas responsabilidades no las asuman. “Eso causa que vivan el momento como si fuera el último, sin que nada importe”.
Comentó que otro “drama” es que no existe condena hasta que sucede una tragedia. La condena social, judicial o pública aparece luego del hecho consumado. “Como sociedad tenemos que replantearnos qué está pasando con eso”, dijo a Noticiero 3.
Defendió que la Provincia ponga énfasis en los controles rutinarios de tránsito, boliches y en todos los “cuadros de intoxicación” existentes. A su entender, cualquier festejo grande de chicos, adolescentes o adultos, donde hay exceso de alcohol, es imposible que termine bien si no hay controles. “La agresividad que estamos viviendo cotidianamente lleva a que uno canalice sin cuidar al otro, lo que significa sin cuidarse a uno mismo porque las consecuencias las pagás una vez que está el hecho consumado”, lamentó.
Recomendó trabajar más con el tejido social, con énfasis en lo que se puede y con lo que no se puede, además de ser “más duros” con los que rompen eso. “No tiene que dar todo lo mismo. No puede ser que ante situaciones como estas luego comiencen los vaivenes judiciales, cuando en rigor si hiciste algo que está mal tenés que pagar las consecuencias sea quien sea”, lanzó.
De acuerdo a su mirada, la “sociedad está en ebullición”, mirando de costado qué pasa, sin importarle demasiado hasta que le pasa. “Cuando nos pasa se moviliza la gente y empiezan las marchas. Por eso tenemos que tomar conciencia y eso implica disponer de reglas de juego cada vez más claras, con controles donde se prevea lo que pueda llegar a pasar y no tener que ir detrás de lo que pasó”.
“No podemos estar todo el tiempo curando al enfermo, sino tratando que no se enferme. Entonces, alguien que juega al rugby o hace cualquier deporte donde hay patrones que indican que potencialmente es un peligro para otros tendrán que trabajarlo, incluyendo personas que los capaciten y que les permita volver a inculcar valores que evidentemente no están”, dijo.
-¿El uso de drogas puede exacerbar determinadas conductas?
– El alcohol, la marihuana, cocaína o las pastillas, que hay muchísimas y algunas rarísimas, te dejan en estado de mucha vulnerabilidad. No tenés la cuestión del freno, entonces todo es posible. En ese camino, el otro deja de ser importante, deja de existir y vos crees que todo el tiempo podés, con la diferencia que en ese poder, tal vez, destrozás todo lo que tenés alrededor.
-¿El rol de los padres es clave para evitar estas situaciones?
– Los desajustes y desarreglos que hay son generalmente con el consentimiento de los padres, que se hacen los tontos y les dan dinero para comprar bebidas a sus hijos que van destrozados a las dos de la madrugada a bailar. Creo que a algunos padres habría que penalizarlos por la cuestión de juntar a veinte chicos en una quinta para que hagan lo que quieran, sin ningún tipo de control.
-¿Tenemos que recuperar aquello que la vida humana sea un bien preciado?
– Mientras no haya respeto por el otro, es muy difícil. Respetar al otro implica primero que uno también se aprenda a respetar, algo que conlleva valores, educación, tener en cuenta la vida en sociedad donde determinadas reglas de juego se deben respetar y que si no las respetás no podés estar en sociedad y tenés que permanecer excluido. Si no hay límites, no hay posibilidad de cambio.