Por Pedro Vigne (Para Diario Textual)
Una de las enfermedades que más estrago hizo entre las diferentes parcialidades indígenas que habitaron el territorio pampeano fue la viruela.
La viruela era una enfermedad contagiosa grave y un alto riesgo de muerte. Los síntomas incluían fiebre y vómitos, seguidos de llagas en la boca y erupciones en la piel. Se desconoce su origen pero recién en 1796 Edwar Jenner creó la vacuna. En 1980 la OMS dio por erradicada la enfermedad.
¿Pero cómo hacían nuestros nativos para resolver tamaño problema? Estanislao Zeballos lo cuenta en su libro «Viaje al País de los Araucanos» editado en 1881, fruto de su expedición al interior del territorio pampeano que se estaba «conquistando». En la zona de Mehuacá («meados de vaca») entre Trarú Lauquen (Laguna del Carancho) y las Sierras de Lihué Calel vio lo siguiente:
«Un espectáculo horroroso y conmovedor nos estaba deparado para aquel momento. El Teniente Bustamente me avisó que había indios muertos bajo unos algarrobos, situados unos cincuenta metros a nuestra derecha. Fuimos allí y retrocedimos con repugnancia y hasta con pavor, pero rehechos, volvimos a las investigaciones.
Bajo las copas extensas, tupidas y singularmente esféricas de aquellos árboles, había camas improvisadas con pastos, y sobre ellas yacían cadáveres, mas bien dicho esqueletos, con escasos vestigios de vestidura, a veces con carne no devorada por las fieras…las manchas que se notaba en la carne seca de los mas frescos difuntos, indicaba bien claro que sucumbieron a la plaga más odiosa: ¡Era aquel un hospital de araucanos virulentos!
La viruela hace estragos entre los indios (…) degüellase a veces al virulento que intenta pasar de una comarca a otra, deteniendo así al mal de una manera bárbara pero radical y que revela entre los indios, una noción instintiva del mejor preservamiento que la ciencia contemporánea recomienda contra las pestes: el aislamiento.
Los enfermos son cruelmente abandonados hasta por los parientes. Fórmanles cama, déjanles comida al lado y huyen, no regresando a saber de ellos, sino cuando los suponen muertos o sanos.Los cadáveres que contemplamos, yacentes bajo los árboles coposos en lechos de pasto y entrecubiertos de ramas, preparadas a manera de barraca, fueron abandonados a la más calamitosa suerte, durante los días del terror, infundido en los desiertos por las armas argentinas…»
Se desprende del relato de Zeballos que ya era el mejor método contra las pestes el aislamiento, que hoy estamos haciendo 140 años después contra otro flagelo: el Covid-19.