Migue Roth es periodista, ha sido galardonado por sus coberturas en desastres y crisis por todo el continente, actualmente vive en Santa Teresa y acaba de presentar “Sin Piedad. Viaje a las sombras de la compasión sudamericana”, su primer libro de crónicas.
Por Ángeles Alemandi
De niño, Migue Roth iba seguido a la iglesia. A los 8 años, después de una misa, conoció a una familia misionera que regresaba de África y contaba historias sorprendentes: la más increíble era sobre el secuestro de la madre en Angola; Migue escuchó fascinado la odisea vivida por aquella mujer que había sido trasladada de un extremo al otro del país en medio del desquicio de la guerra civil. Lejos de perturbarlo, desde entonces sueña con conocer África. Aquella crónica despertó su deseo de ser explorador, de aventurarse tierra adentro. Después de leer “Sin piedad”, creo que lo ha conseguido.
Roth es Comunicador Social y fotoperiodista; se especializó en Periodismo en Crisis Humanitarias, realizó diversos reportajes para agencias y medios internacionales, cubrió desastres en todo el continente, viajó a Medio Oriente y en Kurdistán documentó la vida de los artistas de la resiliencia. Además es fundador de Angular, una plataforma de periodismo narrativo que se ha convertido también en sello editorial de no ficción. Y, aunque en la solapa del libro se define como “nómade”, hace casi tres años está instalado con su familia en Santa Teresa, un pueblito al sur de La Pampa, un sitio apacible donde, dice, están creando un lugar donde sus hijos puedan correr, tener una huerta, vivir sin miedo. Un refugio.
Nació en Bariloche y al poco tiempo ya vivía entre Villa La Angostura y Ñirihuau. Crecer cerca de lagos, ríos y montañas, le abrió el juego a crear mundos ficticios. Cuando en la primaria descubrió al Tom Sawyer de Mark Twain se fascinó con el despilfarro de imaginación de aquel niño. A los 12 se mudó a Balcarce, Buenos Aires, e ingresó como pupilo en un colegio secundario: allí descubrió que la Sociología le interesaba mucho, se topó con el libro “Ante el dolor de los demás” de Susan Sontag que reconfiguró su modo de mirar, llegó a Rodolfo Walsh; y en la hemeroteca del instituto —que era de acceso prohibido para los alumnos— se atrevió a recortar una página de un diario cuando nadie lo vio porque una imagen lo había cautivado: se había vuelto a publicar la famosa foto de Kevin Carter de la niña sudanesa y el buitre, que le valió el Premio Pulitzer y –quizá– le costó la vida después. En este hilo de acontecimientos se definió el futuro de Migue Roth. Cuando volvió a moverse como ficha en el tablero del planisferio, partió a Entre Ríos. Estudió Comunicación Social en la Universidad Adventista.
Nada de eso está en su radar cuando se piensa a sí mismo como nómade. En su casa jamás se habló de su ascendencia tehuelche. Su madre tenía la sangre de los pueblos originarios, pero se había casado con un ruso y en las rondas de mate sólo circulaban historias de inmigrantes. El abuelo de Migue hablaba mapudungú como algo natural que arrastraba el río, hasta que él quiso meter las manos en aquellas aguas para darle valor a sus orígenes. Cree que aquella identificación con ese universo indígena lo conecta con el deseo permanente de estar en movimiento, de viajar.
Está claro: eso ha hecho todos estos años, eso cuenta en “Sin Piedad”. Este libro de no ficción (que ya puede conseguirse en librería Fahrenheit o 451 de Santa Rosa o encargarse a través de www.espacioangularo.org con envíos a todo el país, sin cargo) es un mapa hecho de crónicas narrativas.
Migue Roth partió primero hacia Bolivia con una mochila y pocos pesos ahorrados, luego descubrió que a través de voluntariados podía continuar su aventura y trabajó como reportero de ONGs y propuestas sociales de grupos religiosos. Recorrió Perú, Ecuador, Brasil, Paraguay, Uruguay, Chile, Argentina. “Me alisté y serví”, dice, aunque basta leerlo para dimensionar ante qué idea del mundo se alista, a quiénes nos sirven sus ojos en todos esos territorios, sus diálogos, sus preguntas incómodas, su mirada impiadosa. Sus crónicas registran el “intento por narrar lo insondable que puede ser un barrio paraguayo, las riberas del Solimoes o la mirada desengañada de las madres Wichí. Andanzas de un viaje mayor y sin retorno, que sirvieron para desmentir las postales de Sudamérica que mostraban las viejas National Geographic y Travel de mi tío”.
Acompañarlo en este viaje de 253 páginas es avanzar con él a través de la espesura de América del Sur, embriagarnos con sus perfumes, sus texturas, darle la mano a Lidia, cargar agua con Isabel, internarnos en el Amazonas e intoxicarnos más con el turismo etnográfico que con tucupí y cubiyú, abrirnos camino entre escombros del terremoto en Manabí, llegar al Impenetrable en el chaco fomoseño para sentir cómo algunas prácticas profesionales hacen de la solidaridad una moda que descuida la dignidad de los otros, o quedarnos aturdidos ante la constancia de Floriano que es como un álamo que resiste el viento de la desidia de las políticas públicas.
Sin piedad fue primero un puñado de apuntes de viajes y de fotos increíbles que tomó, luego Migue Roth trabajó con los recuerdos, los datos registrados, contrastó fuentes, investigó más, leyó mucho, se inspiró en la literatura y fue capaz de nutrir cada texto con una diversidad de recursos narrativos. El manuscrito del libro le permitió ganar una beca de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano y realizó un taller con Martín Caparros donde terminó de pulirlo hasta hacerlo brillar.
Tal como los colores de su tapa, este es un libro tan oscuro como luminoso, capaz de conmover y traer belleza. Un libro necesario y urgente para repensarnos despojados de egos, altruismos y acciones que sólo alivian conciencias. Migue Roth nos carga en su mochila y nos invita al juego de ingresar a sus crónicas como a una sala de cine 3D: desde el comienzo nos entrega las lentes para observar las tareas que se hacen en nombre de la caridad, la fe y la ayuda humanitaria: “Ser bienintencionados, ¿es suficiente motivo para ayudar? ¿Qué nos conmueve? ¿Acaso puede hacer daño la bondad?”.
Ahora solo resta esperar que todo esto pase y que cumpla su sueño de llegar a África: porque queremos leer más de él.